Hooligans, ¿regresa la pesadilla? (Parte III, Estados Unidos)
Sólo unos meses después de su fundación, el New York City FC tuvo que enfrentarse a la posibilidad de que el supremacismo blanco se hubiera infiltrado entre sus aficionados más bulliciosos. La noticia, en principio aislada, era sólo la punta del iceberg de un patrón que ya había mostrado señales en Portland y Seattle, las dos grandes capitales futboleras del Pacífico. Ingenua, violenta, familiar, festiva e incluso motivada políticamente, la cultura hooligan de Estados Unidos amplifica las contradicciones de una liga que no cuenta con los condicionantes políticos, culturales, religiosos e ideológicos con los que cargan muchos de los clubes europeos y sudamericanos desde hace un siglo
Daniel González
Hasta el Washington Post se tomó los hechos a broma: “Dos grupos de aficionados de los dos equipos de Nueva York en la Major League Soccer (MLS) se enfrentan en una casi pelea utilizando falso acento inglés”, titulaba el diario en agosto de 2015. “Si usted no está familiarizado con el Hudson River Derby es porque apenas existe”, continuaba. La noticia, casi una sátira alrededor de un deporte considerado por los propios medios tradicionales estadounidenses como una broma privada para inmigrantes, relataba los hechos acontecidos la noche del 9 de agosto de ese año a las puertas del Bello’s Pub & Grill de Newark, al otro lado del Hudson, donde los aficionados más bulliciosos de New York Red Bulls y New York City, los dos grandes equipos de la ciudad, se enfrentaron en una suerte de parodia de Green Street Hooligans, la película con la que Estados Unidos descubrió la cultura futbolística británica. “La rivalidad y el odio son reales”, confirmaba en el New York Post Tony Meola, excapitán de la selección nacional en tres campeonatos del Mundo. “Mi mejor amigo es policía en Newark y los días de partido siempre pide el día libre. Hay mucha violencia”, agregaba.
La batalla campal, promocionada con fruición por periódicos, páginas web y televisiones de todo el país, no era ni mucho menos la primera de la historia del adolescente fútbol estadounidense. Tampoco sería la última. Hace unos meses, el CF Montréal decidió prohibir la entrada al Stade Saputo a sus aficionados más entusiastas, enfrentados con la propiedad e implicados en episodios de violencia contra hinchadas rivales en las que las autoridades demostraron el uso de armas blancas y pirotecnia. Una situación similar tuvo lugar con los miembros del Sector Latino de Chicago Fire, expulsados del estadio de forma vitalicia tras hacer estallar una bomba de humo en el Soldier Field y “violar sistemáticamente el código de conducta que se espera de un aficionado”. En Washington DC, los problemas llegaron con el cambio de estadio y “el veto” que, según sendos comunicados, sufrieron District Ultras y Screaming Eagles en las nuevas instalaciones, mientras que en Houston fue la violencia callejera la que expulsó al Texian Army del PNC Stadium.
En Nueva York, sin embargo, una nueva variable empezaba a formar parte de la ecuación. Según The Irish Times, el NYPD y el FBI habían detectado entre sus confidentes movimientos relacionados con el supremacismo blanco y el nacionalsocialismo alrededor del recién fundado New York City Football Club, indicios que serían confirmados pocas semanas después en una investigación llevada a cabo por The Huffington Post que ratificó la relación de algunos de esos aficionados con grupúsculos de la órbita del White Pride, como Proud Boys y 211 Boots. El reportaje incluso mostraba a varios miembros de los Empire State Ultras posando con el Totenkopf, la calavera con la que las SS aterrorizaron a Europa.
Pese a lo que podría esperarse de una democracia como la estadounidense y de una ciudad como Nueva York, la respuesta de la liga continúa siendo una de las más tibias que se recuerdan. “Esa es sólo la visión que tienen unos fans sobre otros fans y nuestro trabajo no es juzgar a ningún seguidor. Lo último que va a hacer esta liga es comenzar a perfilar a sus aficionados para conocer sus antecedentes. No vamos a ser partícipes de esa manera de trabajar”, dijo Don Garber, comisionado de la MLS, en una multitudinaria rueda de prensa en la que dejó claros los esfuerzos que los propietarios del New York City Football Club (City Football Group; esto es, la familia real de Abu Dhabi) estaban haciendo para “calmar” a sus aficionados en el exterior del estadio. No funcionó demasiado bien. Según The Huffington Post, varios de estos aficionados participaron activamente en 2017 en la manifestación ultranacionalista de Charlottesville que desenterró en Estados Unidos la pesadilla de los tiempos de la segregación racial, así como en otros disturbios junto a los cabezas rapadas de Batallion 49.
A priori extraños compañeros de cama (la diversidad cultural y racial de la que hace gala la MLS ha convertido al mercado latino e inmigrante es su gran bastión económico), la relación entre el supremacismo blanco y el soccer estadounidense se remonta a finales del siglo XX, apenas unos años después de la refundación de la competición. A San José, en la bahía de California, cuna de los Earthquakes, llegó en 1998 un inmigrante llamado Dan Margarit procedente de Bucarest (Rumanía), donde había pasado la última década de su vida como miembro destacado de los temidos Armata Ultra’ del Steaua, el grupo que tras la caída del Muro y la ejecución de Nicolae Ceaușescu había retomado las ideas nacionalistas y antisemitas a través de las que Miahi Stelescu y su Cruzada por el Rumanismo intentaron plasmar en Rumanía el fascismo europeo de entreguerras durante los años 30. En la bahía de San Francisco y en la órbita de los Earthquakes –una de las franquicias históricas– Margarit fundaría los San Jose Ultras, aunque sin las exigencias de los Armata que, entre otras estrictas reglas, exigían celibato a todos sus miembros. “San Jose Ultras es diferente. Su origen es diferente”, se defendía hace unos años el líder hooligan en Vice sin demasiado convencimiento. Un ejemplo. En 2013, durante un viaje a Seattle, una pelea en las puertas del estadio de los Sounders acabó con uno de los hinchas rivales herido de gravedad y con los San Jose Ultras vetados en su propio campo. Su última animalada se remonta a octubre de 2021, cuando decidieron convertir los prolegómenos de un amistoso contra Cruz Azul en el PayPal Park en una refriega que terminó con ocho detenidos y casi dos decenas de heridos.
En el otro lado del espectro, en Portland, en una de las ciudades más izquierdistas de Norteamérica (y una de las tradicionalmente más futboleras), los Portland Timbers presumen de ser apoyados por el “primer grupo antifascista” del fútbol estadounidense. Fundados con la vocación de aglutinar a todas las pequeñas organizaciones que acudían con regularidad a Providence Park, los Timbers Army se definen en su web como “antifascistas y antirracistas”, planteamientos que cumplen con religiosidad cada vez que los Timbers juegan como locales. Tampoco son ajenos a los ataques a la comunidad. En 2019, tras varios ataques homófobos y racistas en las calles de Portland, los Timbers Army recibieron a sus jugadores en el estadio con banderas del Iron Front, la organización antifascista que durante la República de Weimar se enfrentó a la propagación de las ideas nacionalsocialistas en Alemania. La MLS no fue tan condescendiente y de la mano con el club y con el gobierno de la ciudad decidió prohibir en el estadio “cualquier mensaje político que afecte o diferencie negativamente cualquier idea o creencia”. La respuesta en el noroeste del Pacífico no tardó en llegar. Los Emerald City Supporters, el grupo ultra de los Seattle Sounders, hasta entonces enfrentados a cualquier asunto que tuviera que ver con sus vecinos de Oregon, aparecieron en el Lumen Field portando banderas del Iron Front, así como mensajes antifascistas, en solidaridad con los Timbers Army. Un acto que tendría sus consecuencias. Armados con una irreductible lógica trumpista, Proud Boys y Patriot Prayers convertirían el siguiente partido en el Lumen Field en un akelarre racista, homófobo y filonazi que concluiría con una batalla campal en un parque cercano al estadio. “No creo que tengamos que preocuparnos por la violencia. Son aficionados con puntos de vista diferentes participando en incidentes que suceden todos los fines de semana en cualquier estadio de cualquier deporte del país, especialmente si es de fútbol americano”, se justificaba Margarit en Vice.
Inter Miami
En Miami, sin fútbol profesional desde la desaparición de los Fusion (surgió de la primera expansión de la MLS, en 1998, para terminar arruinado tres temporadas después), la experiencia de acudir a la cancha es completamente diferente a la del resto del país. Considerada como la capital de facto de Latinoamérica, Miami ejerce desde hace décadas como la puerta de entrada de la cultura latina en Estados Unidos gracias a sus ingentes colonias de argentinos, chilenos, venezolanos, colombianos, caribeños y centroamericanos que han modificado el paisaje cultural, social, deportivo y gastronómico de la ciudad hasta convertirlo en un valor diferenciador único. En ese contexto de diversidad y mezcla de culturas, y quizá por eso, la MLS contempló a Miami para una expansión que acabaría por concretarse en enero de 2018, cuando el Miami Beckham United, el fondo de inversión de David Beckham, el televisivo Simon Fuller y el empresario Marcelo Claure, consiguió por fin la licencia para que el Inter Miami formara parte de la MLS a partir de la temporada 2020.
Seis años antes de ese primer partido oficial, sin estadio, camiseta, colores y jugadores, el Inter Miami ya tenía una barra brava. “Esto no es un grupo de hooligans o de ultras. Esto es una barra”, explicaba en BeIn Sports Walter Sarrafiore, argentino emigrado en el sur de Florida y cofundador de Vice City 1896. “Siempre quise traer a Estados Unidos la manera que tenemos de entender el fútbol en Sudamérica. Nuestro propósito es revolucionar la MLS con toda la pasión de los estadios de nuestros países. Somos una familia”, comentaba Sarrafiore (jefe de la barra y policía estatal de Florida), empeñado en tropicalizar la experiencia para “mezclarla con los tailgates del fútbol americano”.
Ingenuos y familiares y seguidores de un equipo sin tradición fabricado artificialmente con los millones de dólares de celebridades y empresarios locales, Vice City 1896 cuenta con varias nacionalidades entre sus miembros, lo que convierte al grupo más en una asociación social que en una barra, algo al menos muy diferente de lo que proponen La Doce, Los Borrachos del Tablón o La Gloriosa Butteler. “Nos reunimos todas las semanas para ensayar nuestras canciones y coreografías”, dice Sarrafiore delante de una parrilla llena de chorizos y cortes de carne amenizada por trompetas, cánticos y tambores. “Sólo somos un grupo de amigos que decidimos convertir en realidad nuestra pasión lejos de nuestras casas. Hay mujeres y niños y todo el mundo está invitado a participar”, agrega mientras remarca que la violencia y la rivalidad “insana” no forman parte de las ideas propuestas por Vice City 1896.
A pesar de la sensación de falsificación y, en ciertos momentos, hasta de parodia, los Vice City 1896 representan a la perfección a los aficionados de una competición creada sobre la nada, sin tradición y sin los condicionantes geográficos, políticos y de clase que cargan en sus espaldas los clubes europeos y sudamericanos, muchos de ellos con más de un siglo de historia. Una realidad a la que hay que sumar la segmentación características del deporte estadounidense. La NFL es el deporte más seguido en televisión, la NBA es la liga favorita entre la comunidad afroamericana, el béisbol es el dueño de la primavera, el verano y el otoño y en el sur y el sureste del país el rey es el fútbol americano universitario. “Casi todos los fanáticos de los deportes estadounidenses tienen tres o cuatro equipos que apoyan por igual en temporadas superpuestas. Tu equipo de fútbol puede perder el domingo, pero tu equipo de hockey puede ganar el lunes. Puedes ser un fanático acérrimo de cada franquicia tu ciudad, pero ¿apoyar a los cuatro equipos a un nivel de hooligan, con violencia, destrucción de propiedad y odio cegador hacia los clubes rivales durante todo el año? Eso es agotador. Pocas personas tienen la energía para ese tipo de apoyo. Incluso los hooligans necesitan comer y dormir”, bromeaba en The Guardian DJ Gallo, fundador del sitio humorístico de deportes SportsPickle.com. No le falta razón.