El delantero de Dios

 

Wynton Rufer durante un partido de la Bundesliga vistiendo la camiseta del Werder Bremen.

Figura clave en la primera clasificación de Nueva Zelanda para un Campeonato del Mundo, el de España 82, Wynton Rufer era un futbolista mediocre cuando a mediados de los 80 vivió una epifanía en las montañas suizas. En los Alpes, dice, se encontró con Dios y con el Ejército de Salvación, el que, según sus propias palabras, le llevaría a convertirse en una de las figuras de aquel Werder Bremen de Otto Rehhagel que en la década de los 90 levantó los títulos de campeón de la Bundesliga, la Copa de Alemania y la Recopa de Europa

Fran Díez

Nueva Zelanda fue la última selección en conseguir su plaza para el Mundial de España de 1982 y en gran parte obtuvo el billete gracias a la ampliación de participantes en la fase final, que pasó de 16 a 24 equipos. En eso, claro, nada tuvo que ver Dios, sino que fue la FIFA la que buscaba ampliar su chiringuito de fábricas dinero. El país oceánico también contaba con una ventaja respecto al resto de sus rivales. Con ellos jugaba un joven prodigioso: Wynton Rufer. Para forzar un desempate con China, los All Whites debían ganar a Kuwait por cinco goles de diferencia en Riad y lo consiguieron, en buena medida, porque los árabes ya habían logrado su clasificación para el torneo de Naranjito.

El desempate con China se jugó en Singapur ante 60.000 personas sólo seis días antes del sorteo de grupos de la fase final del Mundial. Los kiwis ganaron 2-1 y obraron uno de esos milagros que no se estudian en El Vaticano. Nueva Zelanda tenía poco más de tres millones de habitantes en esas fechas, mientras que China ya sobrepasaba los mil millones. En Nueva Zelanda, el rugby y la vela tenían más tirón que el fútbol, un deporte minoritario, de ahí la sorpresa de que alcanzaran por primera vez una clasificación para la fase final de la Copa del Mundo. Además, en las filas de los All Whites no había ni un solo jugador profesional entonces. Ni siquiera Wynton Rufer lo era. Tampoco había escuchado todavía la llamada de Dios. Su don se debía más a un tozudo trabajo con la pelota.

De padre suizo y madre maorí, Rufer fue en gran parte el responsable de aquella gesta increíble de Nueva Zelanda. Sólo tenía 18 años, pero marcó cuatro goles en sus tres primeros partidos con la selección absoluta, los tres últimos de camino al Mundial de España. Era la estrella absoluta de la selección oceánica a pesar del ser el benjamín del combinado que entonces dirigía el inglés John Adshead.

Tal y como estaba previsto, los All Whites fueron finalmente la cenicienta en España. Cayeron ante Escocia (5-2), Unión Soviética (3-0) y también antes Brasil (4-0), con un inolvidable gol de Zico. Era el grupo de la muerte, o al menos eso decían los analistas, pero la realidad es que la mayoría de los seleccionados jugaban en clubes de Nueva Zelanda, un país sin competición profesional ni nada que se le pareciese. Cinco lo hacían en Australia, aunque tampoco cobraban por ello, y el único que había coqueteado con el nacionalismo había sido Rufer. El Norwich inglés le había contratado junto a su hermano Shane y allí estuvieron entrenando seis meses, aunque finalmente no recibieron el permiso de residencia y regresaron a su país.

La actuación de Wynton Rufer en el Mundial no pasó desapercibida en Europa y gracias a la mediación de la Federación Suiza acabó con un contrato en el FC Zürich. Vía paterna logró el pasaporte helvético, algo fundamental después de lo que había ocurrido en Inglaterra unos meses antes. Eso sí, antes debía cumplir con el servicio militar obligatorio.

Miembro de un equipo modesto, sus primeros años en Suiza se sucederían sin pena ni gloria. Hasta 1986. Durante aquel servicio militar en la montaña un encuentro casual le cambiaría la vida para siempre. Aquella persona era Beat Rieder, el primero que habló a Ruber del Ejército de Salvación, organización no gubernamental fundada en 1865 por el pastor metodista William Booth. Una institución estructurada como un ejército, con generales al mando, con uniformes para ocasiones especiales y dedicada a labores solidarias como el cuidado de ancianos o la atención de niños con capacidades especiales. Hoy, el Ejército de Salvación tiene presencia en más de cien países y cuenta con más de cuatro millones de “soldados” voluntarios.

Wynton Rufer salió de aquella cena conmocionado a pesar de que no era ningún santo. El mismo reconocía su amor por las fiestas salvajes y en ocasiones disfrutaba de la marihuana. Poco después, llamaría a su entonces novia, hoy aún su esposa, para contarle la epifanía. “Fue como volver a nacer. Mi vida cambió en un instante. A partir de ese momento se diluyeron mis ganar de ir de fiesta en fiesta. Aquella noche de noviembre descubrí el amor a Jesús, un amor que me llenó por completo y llenó mi vacío”, explicaba en una publicación de FIFA. “Empecé a leer la Biblia y a contarles a los demás cuánto necesitaban a Jesús. Cuando me convertí en cristiano, nací de nuevo. Comencé a notar muchos cambios en mí mismo y en quién era como persona. Cuando comencé a caminar con Jesús, supe que finalmente estaba en el verdadero camino de la vida”, explicaba en una entrevista con Jeremy Smith. “Un mes después me casé con mi esposa Lisa. En una ocasión, estábamos en una iglesia pentecostal en Perth. Como parte del servicio le preguntaron si alguien quería entregar su corazón a Jesús y ella se adelantó y entregó su vida al Señor. Fue muy especial”.

Al poco tiempo, Wynton Rufer cambiaría de equipo para fichar por el FC Aarau donde despegaría su carrera a nivel internacional. Con el Grasshoppers ganaría la Copa de Suiza antes de recalar en el histórico Werder Bremen de los 90, el de la Bundesliga y las copas de Alemania, pero también el de la Recopa de Europa de 1992, en cuya final contra el Mónaco, después de eliminar al Nápoles de Maradona en octavos de final, anotaría un gol y daría una asistencia. Estaba brillando a un nivel altísimo.

A Rufer, sin embargo, no le importó renunciar a una millonada en Japón para, siguiendo un mandato divino, regresar a Nueva Zelanda para fundar una escuela para niños. “Creo que el Señor claramente me ha enviado aquí, así que simplemente seguí su dirección. A lo largo de los años, el fútbol me ha llevado a más de 90 países. Ahora uso los talentos que Dios me ha dado para ayudar a la próxima generación. Tal vez no tengo tantas oportunidades de compartir abiertamente el Evangelio con los jugadores de la academia y mencionar a Jesús. Pero viene a la mente Proverbios 3:5-6, que dice ‘Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia, reconócelo en todos tus caminos y él guiará tu camino’”.

La filosofía futbolística de su academia, llamada WYNRS, es el desarrollo individual del jugador e incluye en su programa de trabajo esos juegos malabares que él hacía de niño y que le llevaron a triunfar. “Para mí, eso significa que los jugadores deben ser capaces de jugar al balón de manera correcta con ambos pies. Por eso los malabares son una parte importante de mi programa de entrenamiento. Lo que se consigue con ese tipo de técnica es ayudar con el primer toque y todos los jugadores de clase mundial tienen un primer toque increíble. Soy un cristiano nacido de nuevo. Trabajo con niños porque son nuestro futuro y necesitan orientación y modelos a seguir. Básicamente, es un llamado bíblico en mi vida. En general, nuestro objetivo es construir futbolistas de clase mundial y modelos a seguir para la comunidad en un entorno positivo que fomente el trabajo en equipo, el compromiso y la excelencia”.

Compaginar esa vida de estrella con el cristianismo activo no debió resultar sencillo. “Realmente no. Pero sí creo que es de vital importancia que encuentres una buena iglesia y te involucres en cosas como un estudio bíblico semanal o te hagas amigo de otros cristianos. Cuando estaba jugando, tuve la suerte de poder ir a un estudio bíblico con un grupo de otros cristianos. Siempre fue un desafío llegar a la iglesia porque jugábamos los domingos y había muchos viajes involucrados. Pero incluso en lo que respecta a nuestro caminar individual con el Señor, creo que es importante tener otros amigos cristianos cerca que puedan alentarnos y apoyarnos, porque esto automáticamente genera responsabilidad. He tenido la suerte de estar rodeado de gente así”, explicaba.

Wynton Rufer colgó las botas en 2001, a los 38 años, con multitud de reconocimientos. Todavía vivió de cerca un nuevo milagro. En 2019, sufrió un infarto en plena calle y un viandante con conocimientos médicos le pudo realizar la técnica de reanimación cardiopulmonar antes de impedir su fallecimiento. Quizá fue la mano de Dios. O su pie. El exfutbolista estuvo en coma día y medio, pero se recuperó por completo. “Puedo decir con certeza que cuando me desperté en el hospital tuve una sensación de paz total. Antes de que sucediera, siempre había creído que no tenía ningún miedo a morir, y en ese momento, cuando me desperté por primera vez, se confirmó. Sabía que tenía mucha suerte de estar vivo y estaba muy agradecido tanto a Nick –la persona que le salvó en primera instancia– como al personal médico del centro. Todos a mí alrededor estaban asustados y conmocionados, pero yo tenía una paz total sobre todo. Lo atribuyo a mi fe en Jesús”, relataba un tiempo después.

Fran Díez es un periodista y escritor español autor de algunas obras relacionadas con la historia del fútbol y en particular del Racing de Santander, del que publicó una trilogía de anecdotarios. También ha escrito dos colecciones de relatos de fútbol: ‘La dictadura del fútbol’ (2016) y ‘Líbranos del fútbol’ (2021), entre otras obras de ficción. El cine es otra de sus pasiones y en 2019 publicó un ensayo sobre la influencia del surf en el cine de serie B: ‘Suelta tu sucio tentáculo de mi tabla. Historia del surf terror’.

 
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