Forza Italia y AC Milan, o cómo Berlusconi se inventó un país

 

Silvio Berlusconi, ya expropietario del Milan, posa con los principales trofeos internacionales levantados por el club durante su etapa como presidente.

En su primera aparición como propietario del Milan, Silvio Berlusconi descendió de un helicóptero en la Arena di Milano mientras sonaba la ‘Cabalgata de las valquirias’ de Wagner. Ocho años y tres copas de Europa después, se convertía en presidente de una de las principales economías del mundo con el partido Forza Italia, lema que a partir de ese instante desaparecería de los estadios del país. Populista, carismático, corrupto, peligroso, acomplejado, vanidoso, poderoso y la mayoría de las veces inconsciente, por el camino levantó ciudades y compró revistas, editoriales, periódicos y televisiones mientras modificaba para siempre la vida política y mediática de su país. Hoy, retirado de la actividad pública y condenado por infinitas causas de corrupción, es el flamante propietario del Monza, una de las grandes revelaciones de la Serie B.

Daniel González

Apenas unas semanas antes de las elecciones generales de 2013, Silvio Berlusconi recibió una encuesta en su despacho que aconsejaba el fichaje de Mario Balotelli por el Milan. Unos días después, el empresario desembolsaba 20 millones de euros por el polémico delantero italiano. “Berlusconi no quería a Balotelli, pero cuando le han dicho que valía uno o dos puntos más en las elecciones, lo ha comprado”, declararía Pier Luigi Barsani, candidato de la gran coalición de centroizquierda y principal rival del empresario en aquellos comicios. No era la primera vez que ocurría. En 2002, Alessandro Nesta y Rivaldo se convirtieron en futbolistas del Milan sólo unos días antes de las elecciones municipales de aquel año, movimiento que volvería a repetirse en 2010 con Ibrahimovic y Robinho. “Fichó a ambos en apenas 48 horas después que apareciera una encuesta que afirmaba que Il Poppolo della Libertà (su partido de entonces) perdería el 25 por ciento de sus votantes milanistas por culpa de los malos resultados del equipo; esto es, entre uno y dos puntos en el recuento total”, recordaba el periodista Beppe Severgnini en su libro ‘La pancia degli italiani’. Pero sería con la venta de Kakà al Real Madrid en 2009 cuando las artimañas comunicativas del imperio Berlusconi alcanzarían la excelencia. “El adiós de Kaká no se hizo oficial hasta pasadas las elecciones europeas de ese año para que su partido no saliera perjudicado. El 6 y 7 de junio se abrían las urnas y los seguidores más radicales del Milan ya habían avisado que sólo votarían a Berlusconi si el brasileño seguía en el Milan”, escribía Sergi Escudero, corresponsal de La Vanguardia en Roma y El Vaticano. Un día después de aquellas elecciones, Kakà era presentado por Florentino Pérez como nuevo jugador del Real Madrid.

Dicen en Italia que fue precisamente la venta del centrocampista, Balón de Oro apenas dos años antes, la que marcó el comienzo de la decadencia del personaje que se inventó la Italia de hoy. “Berlusconi, a quien su médico siempre definió como un ser inmortal, es la piedra Rosetta que permite descifrar casi todos los fenómenos de la Italia moderna. También la síntesis de la relevancia que ocupa el fútbol en la vida pública del país”, reflexionaba Daniel Verdú, periodista de El País, hace sólo unos meses. Nacido en una familia lombarda de clase media y primogénito varón en aquella Italia de entreguerras, Berlusconi se convertiría en 1961, ya doctorado en Derecho por la Universidad de Milán (carrera que siempre presumió haberse pagado gracias a sus trabajos como fotógrafo de bodas, bautizos y comuniones), en el gran especialista (y quizá el único) en derecho publicitario del país. Su carrera profesional, sin embargo, estaba aún lejos de las encuestas, las auditorías, el rating y las audiencias.

Son los años 60 y en Milán no sólo protestan los jóvenes que llenarían las calles de Europa y Estados Unidos unos años después. Cientos de miles de inmigrantes que habían cruzado el país desde el empobrecido sur para llenar las fábricas y las oficinas de las grandes compañías del norte se encontraban con que en Milán, Turín, Módena, Bérgamo y Brescia había trabajo para todo el mundo, con sueldos que incluso duplicaban los de Sicilia, Puglia y Campania. Lo que no había eran viviendas, así que el gobierno, preocupado con el imparable incremento del coste de la vida, pergeñó un plan con soluciones constructivas para una fuerza laboral que a su vez estaba generando una incipiente clase media. Y es precisamente en ese contexto de cambio en el que Luigi Berlusconi, padre del futuro presidente del país, alcanzaría la posición de procurador general de la Banca Rasini, una de las principales instituciones financieras de Lombardía y organización clave en el futuro de su vástago. Gracias a sus contactos y su carisma, el joven Berlusconi conseguiría su primer crédito, que invertiría en la fundación de las compañías Cantieri Reuniniti Milanesi y Edilnord. Con ellas y en menos de una década levantaría el desarrollo habitacional más ambicioso que había emprendido Italia desde la muerte de Benito Mussolini.

Milano 2, un sueño distópico y aspiracional que mezclaba la tradición clasemediera italiana con las tendencias inmobiliarias que llegaban desde Estados Unidos, nació en 1968 en Segrate, a diez minutos de la capital lombarda. Una ciudad de última tecnología de 3,000 apartamentos con capacidad para 10,000 personas que incluía piscinas, canchas de tenis y fútbol e incluso un lago con cisnes. “Edilnord anunciaba Milano 2 como “la ciudad de los número uno”. La arquitectura para una nueva clase de milaneses: los ejecutivos empleados por empresas como IBM o Unilever que, con una presencia multinacional, comenzaban a desafiar las economías nacionales. Los número uno no tenían grandes propiedades, pero tenían grandes sueldos. Eran los número uno del consumo, autoexiliados en una isla en la que Edilnord controlaba los alquileres de los locales comerciales en los que podrían gastar sus sueldos”, exponía el arquitecto Andrés Jaque en una conferencia durante la 14ª Bienal de Arquitectura de Venecia. El proyecto, claro, convertiría en multimillonario a Il Cavaliere, como empezaría a ser conocido tras recibir en 1977 la Orden del Mérito al Trabajo. Todos querían trabajar con el nuevo Boss, como ya era conocido aquel empresario que era capaz de desayunar con Gianni Agnelli mientras pactaba con el crimen organizado napolitano y siciliano, enamorados de unos proyectos inmobiliarios en los que vislumbraban un sencillo camino hacia el lavado de dinero. Berlusconi ya era entonces asquerosamente rico, pero no influía. Para aquel viejo dinero italiano fabricado en los estertores del siglo XIX, el personaje que los medios calificaban como “el empresario más sexy del país” seguía siendo sólo un advenedizo.

Casualmente, sería aquella inversión en tecnología la que volvería a cambiar la vida de Berlusconi. Obsesionados con la proyección estética de Milano 2, arquitectos e ingenieros habían diseñado un sistema de televisión subterráneo que evitara la presencia de las molestas antenas televisivas en los tejados. “Mediados los 70 comienzan a establecerse las primeras televisiones por cable privadas”, recordaba en el Corriere della Sera Giacomo Properzj, entonces un empleado de banca vecino de Segrate y hoy una figura clave en la vida política italiana de las últimas tres décadas. “La más famosa fue Telebiella. Estaba claro que había público interesado en la novedad y un día mientras hablaba con mi amigo Vittorio Moccagatta, entonces secretario de Silvio Berlusconi, supe que Milano 2 estaba equipado con un sistema centralizado de transmisión de televisión por cable,”, continuaba. Así que Properzj lo intentó y junto a un socio capitalista fundó Telemilanocavo con una programación de unas tres horas al día que mezclaba noticias del barrio, análisis de política local y retransmisión de eventos y fiestas patronales.

Éxito inmediato
La apuesta por fundar el primer canal de televisión privado de la ciudad más importante de Italia resultaría en un absoluto éxito de audiencia antes de convertirse en una de las principales armas electorales del conurbano milanés durante las elecciones municipales y autonómicas de 1975. Los partidos estaban dispuestos a invertir en los nuevos medios de comunicación para ampliar sus ya de por sí estrechos nichos de votantes a cambio de publicidad para sus candidatos, pero aquel desembolso seguía siendo insuficiente para Telemilano, cuya deuda con Edilnord, propietaria de todos los locales comerciales de Milano 2, se acercaba peligrosamente a los 20,000 millones de liras (unos 8 millones de euros al cambio actual), cantidad inasumible para Properzj. Fue entonces cuando apareció Berlusconi. “Unos meses antes, vi a un hombre bajito y sonriente entrar en la redacción. Bajó al sótano, se dio la vuelta y vino a saludarme”, continaba Properzj en el Corriere. “Cuando el Constitucional liberó las televisiones privadas en 1976, le vendí el canal por una lira. Eso sí, él asumió todas las deudas”, continuaba. Cuatro años después, Properzj, figura histórica del Partido Republicano de Italia, se convertía en alcalde de Segrate, carrera que extendió con la presidencia de la Región de Milán y de AEM y ATM, entonces dos de las empresas públicas más poderosas del país.

Aquel Telemilanocavo acabaría por convertirse años después en Canale 5, la joya de la corona de un imperio mediático que a finales de la década ya incluía un importante paquete accionarial del periódico Il Giornale y dos televisoras más: Italia 1 y Rete 4. La RAI, el monopolio audiovisual creado tras la Segunda Guerra Mundial para unir a un país construido sobre las diferencias regionales sólo un siglo antes, estaba a punto de sucumbir ante la ambición de aquel ya no tan desconocido Berlusconi. La televisión nacional había unificado el idioma, las tendencias políticas, los horarios de comidas y cenas e incluso los gustos de casi 50 millones de personas, pero aquella exclusividad estaba a punto de caducar. “Yo no vendo espacios, vendo ventas”, decía Berlusconi a finales de los 80, en la cima de su popularidad. No le faltaba razón. De la matriz Fininvest, empresa fundada en 1978 precisamente en Milano 2, dependían Mediaset (medios de comunicación) y Publitalia (publicitad), con las que empezó a influir tanto en la población italiana como en sus preferencias de consumo mientras llenaba sus arcas personales. Habían nacido los nichos televisivos y Berlusconi estaba dispuesto a explotarlos al máximo. Los concursos, los shows de variedades, el entretenimiento, las bailarinas ligeras de ropa, el deporte y una sección de informativos que jamás cubrían la agenda tradicional revolucionaron las parrillas televisivas de un empresario que ya no se conformaba con Italia. Il Cavaliere quería crecer y Francia parecía el lugar indicado para ello. Al otro lado de los Alpes adquiriría participaciones en Cinema 5 y Chain, además de fundar La Cinque, la cadena con la que esperaba replicar en el país vecino un éxito que nunca se concretaría. En 1986, apenas un año después de su nacimiento, se vería obligado su disolución. Faltaban sólo unos meses para que aquel protomagnate de los medios diera el golpe económico-político-mediático más importante de su carrera.

Crisis institucional
Cuando comenzó la década de los 80, el Milan atravesaba una de las crisis institucionales más graves de su historia. Campeón del Scudetto en 1979, el club sería descendido a la Serie B tras descubrirse la “profunda implicación” de Felice Colombo y de Enrico Albertosi, presidente y portero titular, respectivamente, en el escándalo Totonero, una red de amaño de partidos que acabaría para siempre con la carrera de ambos. Giuseppe Farina, empresario que había triunfado en el calcio como propietario de Vicenza y Padova, se hizo entonces cargo de la entidad tras adquirir la mayoría accionarial. Pero Farina, que había logrado la hazaña de devolver al club a las competiciones europeas (Copa de la UEFA) no superó la presión social tras los malos resultados domésticos y en 1985 pondría el club a la venta. Es entonces cuando Berlusconi, que ya había ampliado su imperio con Estudios Roma, Mondadori y los supermercados La Standa, puso sus famosos 20,000 millones de liras para tomar el control del Milan tras adquirir el 52 por ciento de sus acciones. No lo sabía entonces, claro, pero había dado el primer paso en su carrera hacia la presidencia de su país.

Y, de paso, cambiaría el calcio. Acostumbrado a la tradición, el encorsetamiento y el conservadurismo táctico, el fútbol italiano no tardaría mucho en descubrir hasta qué punto aquel nuevo Milan sería contracultural. En julio de ese año, la plantilla al completo descendió de un helicóptero en la Arena di Milano mientras Las Valquirias de Wagner atronaban a través de la megafonía. Era su primera presentación como nuevo propietario, aunque no sería hasta tres años más tarde cuando comenzaría a replicar en el fútbol su exitoso modelo televisivo. En un deporte caracterizado por el catenaccio, contrató a un entrenador, Arrigo Sacchi, que estaba revolucionando el deporte desde la ocupación de espacios y la presión adelantada. Los grandes clubes italianos se fijaban en Sudamérica para contratar estrellas extranjeras, pero él se decidió por tres holandeses ̶ Marco Van Basten, Ruud Guullit y Frank Rijkaard ̶ que le llevarían a levantar su ansiada primera Copa de Europa en 1989 (ganaría cinco antes de la venta del club) mientras revolucionaban los fundamentos tácticos del atrofiado fútbol italiano. “En un país apasionado por el fútbol, pero poco abierto en aquellos días al debate técnico, las cualidades de los entrenadores se identificaban más con las relaciones públicas que con su verdadera aportación al juego. Fue con el Milan de Sacchi cuando emergió una nueva generación de entrenadores. De repente, se generó una fascinación por los recovecos del juego que prendió entre los jóvenes preparadores. Pero a finales de los ochenta el panorama era muy diferente”, reflexionaba hace unos años el periodista Santiago Segurola. Ayudaron claro, los cientos de millones de euros que desde Mediaset y Publitalia eran estratégicamente colocados cada año en el presupuesto del club. Fue así como llegaron a Milán las principales figuras de Europa. Savicevic, Donadoni, Weah, Boban, Cafú, Papin, Desailly, Shevchenko, Nesta y Pirlo, entre muchos otros, además de los mencionados holandeses, fueron consecuencia de aquellas “estratégicas inversiones”, como le gustaba repetir a Andrea Galliani, responsable de todas las actividades deportivas de la Fininvest.

Mani Pulite
El Milan arrasaba en Europa, pero Italia se desangraba. El 17 de julio de 1992 el fiscal Antonio di Pietro abría la operación Manos Limpias con la detención del socialista Mario Chiesa, acusado de recibir sobornos a cambio de contratos públicos. Tres años después, 1,233 personalidades de los principales partidos políticos del momento, socialistas y democristianos, serían condenadas tras una investigación que involucró, según la propia Fiscalía, “a más de la mitad de los diputados de Roma”. La trama de corrupción reveló décadas de corrupción estructural en todos los niveles de la política italiana. “Hay artistas, políticos, cantantes, empresarios y deportistas”, escribía entonces Il Giornale, ya propiedad de Silvio Berlusconi. “El Partido Socialista (PSI) de Bettino Craxi, autoexilado a Túnez antes de ser detenido, dejó de tener influencia. La Democracia Cristiana (DC), que en solitario o coaliciones había gobernado ininterrumpidamente desde 1948, se disolvió y se dividió en tres partidos. Los socialdemócratas (PSDI), un partido menor propiciado por Estados Unidos cuando el PSI era aún marxista, desapareció. Se esfumó también una entera clase de directivos nacionales de exindustrias estatales y privadas. Sólo el PCI se mantuvo en pie”, recordaba Reuters. El PCI y Cosa Nostra, podría añadirse.

1992 fue el año de la Guerra de Palermo, del crecimiento de Totò Riina como Capo dei Capi, de los Corleonesi y de los asesinatos en Sicilia de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Pero también el de los atentados mafiosos en trenes, iglesias, basílicas y parques públicos, el caldo de cultivo ideal para el nacimiento de populismos, salvapatrias y extremismos que encontraron su lugar en el mundo en las televisiones de Mediaset. Berlusconi, ya el hombre más rico del país, disfrutaba de su éxito económico y social, pero no iba a dejar pasar la oportunidad. Dos años antes, Italia había organizado el Campeonato del Mundo de fútbol, el acontecimiento más importante que acogía el país desde la Segunda Guerra Mundial y la Nazionale de Vialli, Giannini Zenga, Bergomi, Serena y Donadoni había alcanzado las semifinales en un clima de patriotismo pocas veces visto en el país. El lema Forza Italia! se esparcía imparable por el territorio como un símbolo de unidad patriótica y los publicistas de Berlusconi, siempre atentos, no dejaron pasar la oportunidad. Así, a comienzos de 1993, menos de un año después de la primera detención de Manos Limpias, surgía Forza Italia, el partido de “los nuevos italianos”, un experimento sociológico nacido en las entrañas del marketing. Decía Leo Notte en la exquisita ‘1992’ (Sky Europe), que 1993 sería “un año espléndido”. El 27 de marzo de 1994, Silvio Berlusconi se convertía en presidente de su país por primera vez. Dos meses después, el Milan de Capello, Boban, Maldini, Savicevic Desailly, Massaro y Albertini, destrozaba al Dream Team en la final de la Copa de Europa de Atenas.

 
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