Hooligans, ¿regresa la pesadilla? (Parte I, Francia)
El Allianz Riviera de Niza se convirtió hace unos días en el escenario de una batalla campal entre ultras locales y jugadores del Olympique de Marseille. El incidente, último eslabón de una conducta cada vez más habitual en el fútbol europeo de segunda línea, no sólo volvía a situar la violencia bajo el foco político y mediático, sino que también reabría el debate sobre la delicada dialéctica que han mantenido seguidores y clubes para sobrevivir en una actividad cada vez más globalizada y atomizada. En Niza, en plena Costa Azul, comenzamos una serie de viajes a través de las gradas más animosas y peligrosas del continente europeo
Daniel González
El pasado fin de semana, mientras decenas de hinchas del OSM Nice se enfrentaban sobre el césped del Alianz Riviera a policía, stewards y jugadores del Olympique de Marsella, un joven futbolista se dirigía a una de las gradas de su propio estadio para disculparse por abandonar el club. “Siento decir esto, pero puede que este sea mi último partido”, le dijo Eduardo Camavinga, hoy en el Real Madrid, a la Tribune Mordelles, hogar de los más bulliciosos aficionados del Stade Rennais. En principio aislados, los acontecimientos no sólo confirmaban la imparable influencia de los seguidores más radicales en la Ligue 1, sino que también elevaban a categoría de portada la complicada encrucijada que atraviesa el fútbol francés, sumido en una profunda crisis económica identitaria que ha acabado por reflejar en las canchas lo que se respira en la banlieu. “El estadio es un reflejo de la tensión de nuestra sociedad y el Covid-19 ha dejado huellas que van desde lo psicológico, hasta lo socioeconómico. Podría decirse que el contexto sanitario actual no ayuda a calmar las cosas”, explicaba en Libération el historiador Sébastien Louis, autor de ‘Ultras, los otros protagonistas del fútbol’. Para el filósofo Thibaud Leplat, que presenció en directo el OSM Nice-Olympique de Marseille, el contexto (los estadios franceses no han recibido público durante el último año y medio) es el principal responsable del delicado equilibrio que posibilita la relación diaria entre ultras, clubes y futbolistas. “Claro que hay miedo. Hay miedo en diferentes niveles”, reflexionaba Leplat en Ouest France. “Miedo a perder a los ultras, que están regresando a los estadios. Miedo a que les rompan el coche, a que les extorsionen, a que acudan a los entrenamientos... Estos grupos, gracias a su discurso, muy organizado, están sobrerrepresentados en los medios de comunicación. En general, hay una suerte de buenismo ligado al retorno del público”, continuaba el filósofo.
El escándalo de la Costa Azul, viralizado por televisiones, webs y redes sociales de todo el mundo, seguiría el habitual curso mediático en Francia hasta alcanzar el despacho de Emmanuel Macron, quien en Niza, más que una novedad post-pandemia, identificó un patrón de comportamiento socialmente transversal. ¿Demasiada preocupación? Veamos. El pasado febrero, más un centenar de hinchas del Olympique de Marsella irrumpieron en la ciudad deportiva del equipo mientras detonaban pirotecnia y bombas de humo; el asunto acabaría con 25 detenidos, con el partido entre el Olympique y el Stade Rennais pospuesto y con el central Álvaro González (uno de los protagonistas de los incidentes de Niza) con una pequeña lesión en su espalda. Una situación similar se produjo poco después en Saint Étienne, cuando 300 seguidores, algunos ellos clasificados entre los más violentos del país, invadieron el campo de entrenamiento para “arengar” a sus futbolistas; la ‘reunión’ tuvo lugar sólo unos meses después de haber cubierto el estadio con bengalas y cohetes durante la visita del PSG y de haber forzado la suspensión del derbi frente al Olympique Lyonnais minutos antes del pitido final. Incidentes similares se produjeron también en 2017 en Bastia, cuando los hinchas locales atacaron a los futbolistas del Olympique Lyonnnais, y en Montpellier, donde se produjo una invasión de campo liderada por la afición local durante un derbi frente al Nîmes.
El punto de inflexión en la dialéctica entre los ultras y sociedad francesa llegaría en marzo de 2010, cuando un hincha del PSG fue linchado y posteriormente apuñalado en los aledaños del Parque de los Príncipes durante los prolegómenos del clásico frente al Olympique de Marseille. El incidente, uno de los más graves en la historia de la Ligue 1, no involucraría a aficionados marselleses, sino que fue la consecuencia final de una larga guerra interna entre los supporters parisinos de las tribunas de Boulogne y Auteil, enfrentadas por detentar el poder en el interior del estadio. Francia, acostumbrada a la variable emocional y territorial en las peleas y tanganas entre aficionados, no entendía nada. “La supervivencia del PSG está en juego. Ha sucedido lo peor. Hemos visto pasiones transformadas en rabia sórdida, insensata y asesina. El amor por la camiseta del equipo se ha convertido en odio por el otro, odio por el deporte, odio por la vida”, declaraba Rama Yade, entonces secretaria de Estado para el Deporte de Nicolás Sarkozy, poco después de conocerse el fallecimiento de Yann Lorence, de 38 años y habitual del Boulogne Kop, una de las gradas más calientes del país. “Es una victoria de la barbarie y una derrota para el deporte. Tardaremos en solucionar el problema, pero no vamos a flaquear”, añadía Yade.
Medidas desesperadas
La primera medida de fuerza llegaría apenas unas horas después del asesinato. Tras una decisión unipersonal, Robin Leproux, entonces presidente del club, decidió disolver todos los grupos de seguidores radicales que hasta ese momento poblaban las gradas del estadio parisino; además, también anunció que dejaría de poner a su disposición entradas para los partidos del PSG como visitante. La orden, aplaudida por clubes, aficionados y medios de comunicación, no tardaría en contagiar a las más altas instancias republicanas, pero llegaba tarde. “Condeno enérgicamente lo ocurrido en el Parque de los Príncipes. El gobierno debe ser extremadamente reactivo y muy firme en la respuesta a actos absolutamente inaceptables. Los matones deben abandonar los estadios”, diría el propio Sarkozy, presidente de la República, tras el último Consejo de Ministros del mes de marzo de 2010. Brice Hortefaux, el responsable de Interior que un año antes había creado la División Nacional de Lucha contra el Vandalismo tras la muerte de un ciudadano francés durante una reyerta entre hinchas del Partizán y del Tolouse, fue incluso más allá. “Si es necesario disolver esos grupos, los disolveremos. Estoy decidido a acabar con el vandalismo y la violencia en el deporte”, dijo en Le Parisien. Inmediatamente después, una modificación a una ley preexistente equipararía a los grupos de ultras y hooligans más violentos de Francia con las bandas callejeras; esto es, las acusaciones pasarían a ser de hasta siete años de cárcel y 100,000 euros de multa. ¿El objetivo? Tal y como contaba Le Nouvel Observateur, el objetivo no era otro que evitar el ridículo acontecido en 2006, cuando dos condenas cometidas por sendos hinchas del PSG y del Olympique de Lyon (una por homicidio y otra por tentativa de homicidio) fueron reducidas por “el sistema” a su mínima expresión. Dos casos que el propio Hortefaux calificaría como “intolerables”.
En apenas unos meses, y gracias a la colaboración de los clubes, cada vez más implicados en la eliminación de cualquier elemento tribal, político y/o social ajeno a la recién instalada idea de espectáculo, alrededor de 1,000 hinchas ‘fichados’ de manera interna por los equipos fueron puestos a disposición de las autoridades mientras sus grupos eran disueltos. Los ultras de PSG, Olympique Lyonnais, Metz y OGC Nice centraron la atención de las fuerzas policiales, pero la operación terminaría por impactar en las tres principales categorías del fútbol francés, que a partir de entonces viviría una suerte de ‘pax romana’ construida sobre una estrecha vigilancia policial, el uso de tecnología punta para identificar sospechosos en las gradas y la obligatoriedad de vender tickets nominales en las áreas más calientes de cada estadio.
Durante aquel lejano mes de marzo de 2010, Hortefaux incluso trataría de prohibir (sin suerte) la presencia de público visitante en los partidos de Ligue 1 y Ligue 2, medida que se anticipaba casi un lustro a la que implementaría en Argentina Cristina Kirchner y hoy todavía vigente. La legitimización popular de la propuesta del Ministerio del Interior, considerada como anticonstitucional sólo cinco años atrás, llegaría tras los atentados de París de noviembre de 2015. El Gobierno se apresuró a legislar con urgencia para facilitar la actuación de las fuerzas de seguridad y entre las medidas adoptadas se limitó el acceso a los estadios exclusivamente al público local. Así lo contaba Ultras-Tifo, uno de los portales sobre hooliganismo más influyentes: “Todas las gradas de visitantes fueron cerradas, incluidos los partidos de Europa League y de Champions League. Una decisión muy extraña en un país que va a acoger la Euro 2016 en unos meses. Si la policía francesa no puede hacer frente a unos pocos aficionados en un viaje fuera de casa, ¿cómo podrá manejar a cientos de miles de aficionados durante la Eurocopa?”. La respuesta no tardaría en llegar. Los altercados que el 11 de junio de ese año enfrentaron en el puerto viejo de Marsella a una desordenada marabunta de ingleses alcoholizados y a una suerte de ejército paramilitar ruso dispuesto a la aniquilación darían la vuelta al mundo.
“Fuera de las cuatro grandes ligas, los aficionados siguen siendo muy necesarios. Son los países donde los hooligans siguen teniendo más poder. Los clubes los necesitan, porque si dejaran de ir a los partidos, el estadio se quedaría vacío. La ironía es, por supuesto, que es por culpa de los hooligans por lo que muchos aficionados hhabituales dejaron de ir al estadio”, escribía en 2019 en Forbes el periodista Mike Meehall Wood. Según Le Figaro, la relación especial entre ambos actores se ha intensificado con la reapertura de los estadios tras el cierre derivado de la pandemia. Un último dato. El grupo más afectado por la reforma impulsada en 2010 por Brice Hortefaux fue Brigade Sud Nice, fundado en 1985, oficialmente disuelto por el gobierno francés en 2010 pero refundado años después con el nombre de la Populaire Sud Nice. Un día después enviaron un comunicado a los medios: “Condenamos enérgicamente el lanzamiento de objetos y la invasión de campo. Cualquier miembro del grupo cuyo comportamiento pueda perjudicar al grupo o al club será expulsado”.