Red Bull Fußball: amor y odio en Sajonia

 
El rechazo al RB Leipzig es una constante en la mayoría de estadios de Alemania. En la imagen, los hinchas del Augsburg desplegan una pancarta antes del partido disputado frente al RB Leipzig en la campaña2017-2018.

El rechazo al RB Leipzig es una constante en la mayoría de estadios de Alemania. En la imagen, los hinchas del Augsburg desplegan una pancarta antes del partido disputado frente al RB Leipzig en la campaña2017-2018.

En 1982, un anodino hombre de negocios austriaco probó en Bangkok la bebida que cambiaría su vida y la de cientos de millones de personas. Tras revolucionar los deportes extremos, el marketing, la F1 y la publicidad, Dietrich Mateschitz, fundador de Red Bull, incursionó en la industria del fútbol. Hoy, la compañía de bebida energética más famosa del planeta controla cuatro clubes en Alemania, Austria, Estados Unidos y Brasil, a través de los cuales ha logrado transformar el estilo de juego de los principales equipos de Europa. Pero no todo fue una alfombra roja. El RB Leipzig, la joya de su corona, es también el equipo más odiado de Europa

Daniel González

La noche del sábado 12 de agosto de 2016, una imagen protagonizó los resúmenes televisivos de los partidos correspondientes a la primera ronda de la Copa de Alemania de aquel año. En Dresde, feudo de una de las hinchadas más racistas y xenófobas del continente, una sangrienta cabeza de toro había caído al césped desde las gradas. El incidente provocado por los ultras del Dynamo, uno de los más repugnantes que se recuerda en el fútbol alemán, no fue el único que sufrió el RB Leipzig aquella temporada. Las pancartas con referencias a la enfermedad de las vacas locas y al sacrificio de animales, los funerales en las gradas por “la muerte del fútbol” y una persistente y negativa corriente mediática habían sido una constante desde que en 2009 Red Bull se hiciera con el control del SSV Maskrastädt, un pequeño equipo de la quinta división alemana, con el objetivo de convertirlo en un trasatlántico europeo.

La historia del club de fútbol más odiado de Alemania comienza en Bangkok en 1982, cuando Dietrich Mateschitz, un anodino ejecutivo austriaco en viaje de negocios en el país, probó por primera vez el Krating Daeng una extraña bebida medicinal de gusto amargo publicitada como “la cura definitiva para el jet-lag”. Diez años y medio millón de dólares después, aquel brebaje tan popular entre las clases populares del sudeste asiático se convertía en Red Bull, uno de los casos de éxito empresariales más fascinantes del último medio siglo. “Le cambiamos el sabor, pusimos burbujas y le añadimos azúcar”, explicaba Mateschitz, nacido en Styria, hace unos años en Die Presse, uno de los principales diarios austriacos. En la entrevista, el empresario también relataba cómo el deporte formó parte del plan de negocios desde el principio. “Éramos una marca joven que buscaba un público joven. En aquellos años, el fútbol no estaba en nuestros planes, así que apostamos por actividades no tradicionales”, continuaba. El deporte extremo, el motor, la velocidad y el hockey sobre hielo se convirtieron entonces en la vanguardia de un marketing de guerrilla que sería imitado sin descanso durante años posteriores. Sin embargo, aquel éxito inmediato, en cierta medida underground, no era suficiente para los anhelos de Mateschitz. Obsesionado con el mainstream, en 1995, Red Bull entraría a formar parte del negocio de la F1 a través de patrocinios con Arrows, Sauber, Ford y Jaguar, escudería esta última que adquiriría una década después. Hoy, cuatro coches de Red Bull toman la salida cada fin de semana en la parrillas del Campeonato del Mundo de la F1, título que la escuadra ha levantado hasta en cuatro ocasiones.

El flechazo
Cuenta Karan Tejwani en su libro ‘Wings of Change’ (Pitch, 2020) que la epifanía definitiva aconteció poco más de un año antes del Mundial de Alemania en un chalet del Tirol con vistas a los Alpes. Mateschitz, ya convertido en uno de los 50 hombres más ricos del planeta, había descubierto con sorpresa el impacto político, social y económico que aquel Mundial estaba teniendo en Alemania y el resto de Europa e invitó a su vecino y amigo Franz Beckenbauer a un cóctel informal en su residencia. El Kaiser, entonces presidente del Comité Organizador de aquel Campeonato del Mundo y siempre ávido de negocios sputnik, se ofreció como consultor personal de un proyecto que desde el principio contó con fondos prácticamente ilimitados. La sociedad destinada a cambiar el fútbol europeo estaba en marcha, sólo faltaba buscar ciudad, equipo y cuerpo técnico.

Habitante de Salzburgo, a nadie le pareció raro que Mateschitz emprendiera justo ahí la aventura más disruptiva de la historia de Red Bull, cuya sede mundial se ubica en Fuschl am See, a sólo 30 kilómetros de la ciudad de Mozart. Estamos en 2005 y el Austria Salzburg, uno de los históricos de la competición local, atraviesa el peor momento económico de su historia. Otrora habitual de las competiciones europeas (llegó a la final de la Copa de la UEFA en 1994, que perdió frente al Inter de Zenga, Bergomi y Bergkamp), los comienzos del siglo XXI fueron fatídicos para la entidad, que pasó de jugar por el top 3 de la competición doméstica a luchar por salvarse del descenso, el mejor caldo de cultivo para un inminente cambio de propiedad. El proceso duró sólo unos meses, los que tardó Mateschitz en convencer de la compra-venta a Rudi Quehenberger, anterior propietario, y en cambiar el nombre, el escudo y los colores tradicionales de la entidad, además de borrar más de 70 años de historia en la web oficial del club. Los hinchas, que en un principio habían visto el aterrizaje de Red Bull como el del salvador definitivo, huyeron despavoridos cuando descubrieron que lo que les habían anunciado como un espónsor era en realidad un nuevo máximo accionista. Mientras tanto, la enorme influencia política, económica y social de la que disfrutaba Franz Beckenbauer empezaba a dar sus frutos. Tras una primera temporada de transición, Audi y Adidas se unieron al proyecto como patrocinadores, mientras que Giovanni Trapattoni y su asistente Lothar Matthäus tomaban el banquillo del flamante Red Bull Arena de Salzburgo acompañados por viejas glorias de la Bundesliga como Thomas Linke, Niko Kovac y Alexander Zickler.

El modelo Hoffenheim
Una noche de diciembre de 1998, un entrenador sacudió al fútbol alemán en la televisión pública mientras desmontaba las tácticas que habían gobernado el fútbol local desde sus gloriosos años 80. Aquel presuntuoso técnico no era otro que Ralf Rangnick, conocido posteriormente como ‘Der Fußball-Lehrer’ (el profesor fútbol) y hoy catalogado por todos como el padre del fútbol moderno alemán. Centrocampista mediocre en el Stuttgart, club en el que debutaría en la Bundesliga como técnico, Rangnick llegó al Hoffenheim tras varios sorprendentes e inesperados éxitos con equipos locales de clase media-baja. Obnubilado por aquel Dinamo de Kiev que había enamorado a Europa en los 80, ascendió a Primera con el Hannover 96 y alcanzó un subcampeonato de liga y una final de Copa con el Schalke 04 antes de influir para siempre en el Jurgen Klopp de aquel Dortmund incansable y tomar el control de un humilde club propiedad de un gurú tecnológico. Cuando llegó a Sinsheim, el TSG Hoffenheim aún deambulaba por las ligas regionales alemanas. Tres años después estaba en la Bundesliga, disfrutaba de uno de los estadios más modernos del país y era un habitual de las competiciones europeas. Su currículum se convirtió entonces en la tarjeta de visita ideal para el ambicioso Mateschitz, que le ofreció plenos poderes en la dirección deportiva de Red-Bull-Fußball, el departamento recién creado para gestionar el futuro de la marca en la competitiva industria futbolística global y que ya incluía, además de al Red Bull Salzburg, al NY Red Bull y el polémico RB Leipzig, la joya de la corona. Por primera vez desde aquel iniciático cóctel en los Alpes junto a Beckenbauer, la imagen de la marca (vitalidad, energía, vigor y fuerza) se identificaría con su división futbolística, esculpida sobre la presión en todo el campo, el ritmo inagotable y la velocidad, principales características de los sistemas de Rangnick.

Obsesionado con la Bundesliga, Mateschitz se fijó en Leipzig para seguir saciando su voraz apetito empresarial. Ubicada en el este del país, la ciudad, como el resto de la RDA, se había quedado huérfana de fútbol del máximo nivel tras la caída del Muro, cuando el Vfb y su sucesor, el Lokomotiv, se hundieron para siempre en los sótanos del fútbol alemán. Era pues, el escenario ideal para un proyecto como el de Red Bull. Una región venida a menos, con una afición fiel y en una de las grandes capitales del este del país. A diferencia de lo sucedido meses antes con St. Pauli, Fortuna Dusseldorf y Munich 1860, donde las propuestas de Mateschitz fueron rechazadas con firmeza, en Leipzig el proyecto de Red Bull fue recibido con los brazos abiertos por aficionados y autoridades, que incluso pusieron a su disposición el Zentralstadion, remodelado para el Mundial de 2006 y con capacidad para 43,000 espectadores.

Era el momento, pues, de encontrar un equipo que satisficiera las necesidades expansivas de Mateschitz. Tras varios escarceos inútiles en algunas localidades cercanas a Leipzig, en 2009 sería finalmente el humilde Markranstädt, entonces en quinta división, el club elegido, la entidad donde Red Bull trataría de emular el exitoso modelo implantado en Salzburgo años atrás (12 títulos de liga desde 2005), aunque con suerte dispar. El cambio de escudo, colores y nombre, movimiento sencillo en el fútbol austriaco, no iba a ser tan sencillo de ejecutar en una competición como la Bundesliga, empeñada en mantener a toda costa la pureza del deporte. La primera triquiñuela surgió con la nomenclatura. El fútbol alemán no permite la inclusión de marcas en los nombres oficiales de los clubes ni en los escudos, así que Red Bull buscó una solución que encontró en las palabras RassenBallsport (literalmente deporte de pelota en césped), que añadió al nombre de la ciudad. ¿El resultado? RB Leipzig, como es conocido hoy día. La segunda artimaña tuvo que ver con la propiedad. En un país donde los clubes son por ley controlados por los aficionados, parecía imposible que una compañía multinacional como Red Bull pudiera tomar el control de un equipo. ¿Solución? Poner a la venta, a precios desorbitados, las membresías para formar parte de la junta directiva. “La regla que obliga a que al menos el 51 por ciento de la propiedad pertenezca a los socios es anticuada y poco útil. Dortmund tiene 150,000 miembros, pero no tienen influencia en las decisiones estratégicas. ¿Crees que Porsche, Mercedes o DHL preguntarían a sus accionistas que deberían hacer antes de tomar una decisión? Lo mismo debería ocurrir en el fútbol”, repetía Rangnick en 2012, ya como mandamás deportivo del proyecto.

En su camino hacia la Bundesliga, un plan a diez años vista, el RB Leipzig invirtió algo más de 100 millones de euros, con temporadas en segunda y tercera división en las que su presupuesto incluso superó el de algunos equipos de la máxima categoría. La enorme inversión económica, desconocida hasta entonces en un equipo de la extinta RDA, estuvo siempre acompañada por la filosofía de Ralf Rangnick, quien desde su llegada en 2012 cinceló un modelo de club que no sólo se elevaba desde las categorías inferiores hasta el primer equipo, sino que traspasaba las fronteras para contagiar a sus clubes hermanos. El todopoderoso Rangnick, ya una figura de enorme prestigio en el centro de Europa, comenzó entonces a rastrear por todo el país técnicos, modelos y sistemas que encajaran con su ideología. El juego de posición con el que Guardiola había conquistado el planeta la década anterior comenzaba a oler a naftalina y Thomas Tuchel, Jules Nagelsmann o Marco Rose, entre muchos otros entrenadores, serían los encargados de demostrarlo.

Cuatro años después de la llegada de Rangnick, en 2016, el RB Leipzig ascendió a la Bundesliga. ¿Obejtivo cumplido? Ni mucho menos. En su primer año en la máxima categoría del fútbol alemán, una de las ligas más competitivas de Europa, acabó la competición en segunda posición, y en las tres siguientes se clasificaría para la Liga de Campeones hasta en dos ocasiones; mientras tanto, al otro lado de la frontera, los éxitos se replicaban en el Red Bull Salzburg, el equipo espejo, que había logrado la gesta de encadenar tres dobletes consecutivos. Pero no todo eran victorias e inversiones desorbitadas. La búsqueda e identificación de talento formó parte de la ecuación desde el principio. Así, en 2017 se cosecharían los primeros frutos con la consecución, por primera vez en la historia, de la UEFA Youth League (la Liga de Campeones juvenil) mientras el ingente número de ojeadores repartidos por el contienten iba descubriendo a algunos de los futbolistas más influyentes de los últimos años. Joshua Kimmich, Earling Haaland, Sadio Mané, Timo Werner, Naydu Keita y Dayot Upamecano, por citar sólo algunos ejemplos, son producto de la inagotable cantera del proyecto más heterodoxo que el viejo fútbol continental había visto en años.

“El fútbol es completamente irrelevante”
El RB Leipzig reinaba en Alemania y Europa (alcanzó las semifinales de la Champions League de 2020, en las que fue derrotado por el PSG), traspasaba jugadores por valor de decenas de millones de euros y exportaba sistemas de juego que encandilaban a entrenadores e hinchas de todo el continente. Sin embargo, la animadversión hacia su modelo no hacía más que aumentar en sus partidos como visitante. Los estadios con gradas enteras vestidas de negro “en señal de luto por la muerte del fútbol”, los cánticos hirientes, las alusiones a la artificialidad de la institución, los billetes falsos con el escudo del club impreso, la violencia contra sus aficionados, en algunos casos extrema, y las constantes acusaciones de alentar a un equipo sin alma, alejado de la comunidad y cuyo único objeto es incrementar las ventas de la famosa bebida, se convirtieron en moneda de curso legal en el resto de Alemania. “¿Invertir cientos de millones para vender más? Antes del fútbol ya habíamos vendido millones de ellas sin apenas inversión. Para el negocio de Red Bull, el fútbol es completamente irrelevante”, se defendía Mateschhitz en Der Spiegel horas después de hacer oficial en 2019 la compra del Clube Atlético Bragantino brasileño, la cuarta pata de la mesa de Red Bull y hoy conocido como Red Bull Bragantino.

Los números, sin embargo, parecen empeñados demostrar lo contrario. Desde su llegada a la élite del fútbol europeo, y según datos oficiales de la compañía, el negocio de Red Bull se incrementó un 37 por ciento en India, un 30 por ciento en Brasil y un 15 por ciento en Alemania, mientras que en Estados Unidos, su principal mercado, la marca es responsable del 25 por ciento de todas las ventas de bebidas energéticas. En un nivel superior, su evolución es aún más espectacular: en 2019, Red Bull vendió 7,500 millones de latas de su producto estrella o, lo que es lo mismo, una por cada habitante del planeta. En los estadios rivales, alejados de las cuentas de resultados y las grandes finanzas, el RB Leipzig y el Red Bull Salzburg siguen siendo recibidos con un inquietante mensaje “bullen schlagten”, literalmente “sacrifiquen esos toros”.

 
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