Thatcher, MDMA y la creación de la Premier League

 
Imagen promocional de Sky Sports con motivo de la temporada inaugural de la Premier League.

Imagen promocional de Sky Sports con motivo de la temporada inaugural de la Premier League.

En 1992, los clubes de la Primera División de Inglaterra tenían un valor de 100 millones de libras; hoy, su precio es de 15,000 millones. Esta es la historia de cómo un magnate australiano obsesionado con los tabloides y la NFL convirtió una competición anquilosada en el siglo XIX en una de las principales industrias globales del entretenimiento

Daniel González

Tras la tragedia de Heysel, Margaret Thatcher reunió a los principales representantes del fútbol inglés en su despacho del 10 de Downing Street. “No son un problema exclusivo del fútbol, Primera Ministra. Son un problema de la sociedad británica. No queremos sus hooligans en nuestro deporte”, le dijo el laborista Ted Croker, entonces presidente de la Football Association (FA), a una Dama de Hierro poco acostumbrada a las regañinas. Era 1985 y no sólo los estadios ardían. Brixton, Toxteth y Peckham eran el escaparate violento de un descontento social que crecía en las calles, las minas y los centros de trabajo mientras el thatcherismo impulsaba el individualismo, la reconversión industrial, la desregulación del sistema financiero y las privatizaciones. “El fútbol se ha convertido en un deporte marginal, jugado por gente marginal que sólo es seguido por gente marginal”. El conservador The Times no parecía tener muchas dudas. Cuatro años después, en 1989, el año de Hillsborough, Croker dejaría su cargo como el primer mandatario de la FA en no ser nombrado caballero en más de 100 años. Se abría así el periodo más disruptivo de la historia del tradicionalmente inmóvil fútbol británico.

“Hay un rumor bastante creíble dentro del mundo musical que afirma que en ciertas ciudades del norte, siendo Manchester el principal ejemplo, se ha distribuido agua con pequeñas dosis de sustancias químicas que expanden la mente... Todos, desde Happy Mondays hasta el desorientado Morrissey se ajustan de alguna forma a esa teoría”. El New Musical Express, biblia pagana de la cultura popular británica, publicaba su primera referencia al éxtasis y, sin quererlo, The Haçienda, el sonido Madchester, el indie y el acid house salvaban a Graham Kelly, el anodino hombre de negocios que tomaría el relevo de Croker al frente de la FA. En un movimiento inesperado, los hooligans cambiaron la violencia por las raves y el alcohol por el MDMA mientras New Order firmaba la canción oficial de la selección de Inglaterra en Italia 90 con referencias veladas a la única sustancia capaz de pacificar calles y estadios. “De repente, ya no éramos escoria”, diría Gary Lineker, estrella de aquel Mundial, en 1996. El vandalismo, como los disturbios callejeros de origen político, había desaparecido. Kelly ya podía concentrarse en lo más importante: ganar dinero.

El hooliganismo viajaba por Europa ciego de eme y Margaret Thatcher abandonaba Downing Street dejando en herencia un legado neoliberal del que el fútbol, estigmatizado por su estrecha relación con la delincuencia, ya no podría escapar. Kelly, obsesionado con la NFL, buscaba soluciones y las encontró en Rick Parry, el consultor senior de Ernst & Young que encargaría a Saatchi & Saatchi el diseño de una hipotética nueva liga. “Las primeras semanas tuve reuniones casi semanales con los miembros del Big Five (Liverpool, Everton, Manchester United, Arsenal y Tottenham). La Primera División había pasado de 22 a 20 clubes, algo muy beneficioso para la selección, pero no definitivo. Muchos querían pasar a ser sólo 18 clubes”, recordaba en The Guardian Alex Fynn, ejecutivo de la agencia de publicidad. No se equivocaba. A finales de los 80, con las tragedias de Hillsborough y Bradford alojadas en el subconsciente colectivo, los clubes más grandes de Inglaterra fueron protagonistas de una epifanía que no sólo modificaría su entorno de manera radical, sino el propio deporte. ¿Por qué repartir las ganancias entre 92 equipos cuando podían distribuirlas entre 18? El salto al vacío suponía no sólo la creación de una nueva competición, sino también romper la relación con la Football League, un sistema enraizado en la cultura local desde hacía más de un siglo.

La escisión se planeaba en hoteles de lujo de Mayfair, pero la realidad del deporte estaba muy lejos de los salones victorianos. A la prohibición de jugar competiciones europeas, catalizadora de una preocupante endogamia, se sumaba el Informe Taylor, con el que el gobierno trataba de frenar un fenómeno que hacía años que había trascendido las canchas y que exigía profundas remodelaciones en los vetustos estadios ingleses, seguridad privada en las gradas y la instalación de cámaras de videovigilancia. Demasiado para una competición anquilosada en el siglo XIX e incapaz de monetizarse y financiarse.

Los clubes, marginados por las élites y ahogados por deudas, multas y una durísima presión fiscal, encontraron su bote salvavidas en Greg Dyke, un visionario ejecutivo de televisión. Dyke, director de Deportes de ITV, amigo del entonces presidente del Arsenal y por lo tanto consciente de las señales emancipatorias del Big Five, ofreció un millón de libras a cada uno de ellos por la retransmisión de todos sus partidos como locales. La oferta, desorbitada para la época (según Four Four Two el Arsenal había facturado sólo 1,5 millones de libras en 1989), sería rechazada. Conscientes de que la subasta no había hecho nada más que empezar, los cinco grandes trabajaron entre bambalinas para convencer al resto y legitimar su golpe de estado a través de la Football Association de Graham Kelly. Había nacido la FA Premier League.

Sky is the limit
“Piden 30 millones de libras más. ¿Está bien?”. A un lado del teléfono Sam Chisholm, un ejecutivo neozelandés de News Corporation; al otro, Rupert Murdoch. La historia la cuentan los periodistas Joshua Robinson y Jonathan Clegg en su libro ‘The Club: How the English Premier League Became the Wildest, Richest, Most Disruptive Force in Sports’. “BSkyB era en ese entonces un negocio ruinoso. Acumulaba deudas por valor de 2,000 millones de libras y aún estaba lejos de alcanzar la cifra más pesimista en cuanto a número de suscriptores. Cinco años después, Murdoch gastaría centenares de millones de libras en los derechos deportivos de NFL, MLB, NHL y NCAA. Pero es 1992 y hablamos de partidos de fútbol inglés, así que la decisión fue meditada”, cuentan Robinson y Clegg.

Viejo zorro, Murdoch, que había levantado News Corporation desde un modesto imperio periodístico heredado en su Australia natal, siguió en el fútbol las mismas pistas que a finales de los 60 le llevaron a transformar un olvidado y anquilosado tabloide de izquierdas en el periódico en inglés más vendido del mundo. Aquel diario era The Sun, un compendio de sensacionalismo, chicas desnudas y deportes que revolucionó el periodismo inglés de la misma manera que la Premier League revolucionaría la industria futbolística. “Murdoch y Chisholm habían discutido con frecuencia la enorme capacidad que tendría el fútbol como puerta de entrada de la televisión por satélite en los hogares ingleses, poco receptivos ante las nuevas tecnologías de televisión”, relataban Robinson y Clegg. Unos días después, el 18 de mayo de 1992, Rupert Murdoch pondría sobre la mesa 307 millones de libras para firmar uno de los contratos más relevantes de la gestión deportiva. “La relación con Sky es una de las claves del éxito de la Premier League. Es el noviazgo corporativo más lucrativo de la historia de los negocios”, decía Rick Parry en 2017.

Con Sky Sports, actual marca comercial de aquel embrión original, llegaron las infografías, las estadísticas avanzadas, los partidos-evento, el Super Sunday, el Match of the Day, el Monday Night Football (copia del éxito atemporal de ESPN y la NFL), los exjugadores comentaristas y las producciones millonarias. “Cuando empezamos en este negocio, BBC e ITV estaban muy cómodos en su zona de confort. Lo primero que hice fue no preguntarme lo que se podía ver, sino lo que no se podía ver. Empezamos a trabajar bajo esa premisa”, explicaba Andy Melvin, exproductor ejecutivo de Sky Sports, en Four Four Two. Pero también aparecieron los patrocinadores, las celebridades, los oligarcas y los mejores futbolistas y entrenadores del continente. Eric Cantona, Juninho, David Ginola, Dennis Bergkamp, Peter Schmeichel y Arsène Wenger aterrizaron en las islas siguiendo el rastro del dinero de Murdoch, obsesionado con transformar la Premier en la competición más atractiva del planeta. En el paraíso, sin embargo, había una cara B. El precio de las entradas se incrementó y el horario de los partidos, tradición sagrada entre la clase trabajadora británica, se modificó para acomodarlo a las nuevas exigencias económicas. Por su parte, la selección, semifinalista en Italia 90 y acosada por el talento extranjero recién llegado a la liga, se quedaba fuera del Mundial de Estados Unidos. El idilio empezaba a romperse.

Henchido de orgullo y soberbia, con una competición cuya audiencia potencial alcanzaba el 35 por ciento de la población mundial y con retransmisiones en 188 de los 193 países reconocidos por Naciones Unidas, el magnate australiano abandonaría el Reino Unido mediados los años 90 para para erigirse en mecenas, pastor e ideólogo de la nueva derecha alternativa estadounidense. Al otro lado del Atlántico, en las discotecas inglesas, aquellos polvos mágicos del amor y la amistad daban paso a largas filas en los baños mientras el britpop de Pulp, Oasis y Blur (más universal, más masticable) relevaba a Happy Mondays, Joy Division y The Stone Roses. El Muro, definitivamente, había caído.

 
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