Lillo-Pep, el amor en los tiempos del narco

 
En 2006, Pep Guardiola se puso a las órdenes de Juanma Lillo en los Dorados de Sinaloa. Unos meses después, dejaría el fútbol para convertirse en técnico.

En 2006, Pep Guardiola se puso a las órdenes de Juanma Lillo en los Dorados de Sinaloa. Unos meses después, dejaría el fútbol para convertirse en técnico.

Se conocieron en el vestuario del viejo Carlos Tartiere de Oviedo, pero fue una exótica aventura en Culiacán, entonces capital mundial del tráfico de cocaína, la que los convertiría en inseparables. Obsesivos y fundamentalistas del fútbol total, hoy comparten banquillo en el Manchester City. “Juanma es especial; ha sido muy importante en todo este proceso”, dice Guardiola, inmerso en su objetivo de renovar la Premier League desde sus raíces

Daniel González

Dicen los que convivieron con él durante los seis meses que pasó bajo el sol de Culiacán que a Josep Guardiola (Santpedor, 1971) le gustaba “mezclarse con el pueblo”. “Disfrutaba del ambiente populachero, pero también tenía gustos muy refinados. Comía de todo: mariscos, ceviches, aguachiles… Y siempre, siempre, comía con vino tinto”, recordaba Rodolfo Giménez, propietario del sinaloense Café Miró, en la revista Esquire. Guardiola se mezclaba, sí, pero también se movía con chofer por las calles de aquel “edén”, como las guías turísticas insistían en denominar a lo que los cronistas siempre llamaron “ciudad gatillo”.

Era la tierra de Malverde, la adormidera, las amapolas, las avionetas Cessna, los campos de mota, el Chapo Guzmán, los narcocorridos y Teresa Mendoza, pero también la ciudad de Dorados, club dirigido entonces por Juan Manuel Lillo (Tolosa, 1965), personalidad seminal en la vida de Guardiola. “No ha venido por dinero; ha venido por mí”. Lillo trataba de convencer a los escépticos, tarea difícil en el ‘colmilludo’ y enrevesado fútbol mexicano. Al fin y al cabo, es 2006 y estamos en Sinaloa, la capital mundial del tráfico de cocaína. ¿Dinero? Claro que había dinero. Montañas de dinero. “¿Que cuánto costó el fichaje? Eso que se lo pregunten al que lo pagó”. Borgiano de manual, a Lillo siempre le preocuparon más “los problemas imaginarios que los reales”.

Escribe el periodista Guillem Balagué en su libro ‘Pep, otra manera de ganar’, que Lillo y Guardiola hablan casi cada día desde que se conocieron. Que se cuentan experiencias propias y ajenas y que analizan el juego posicional, las coberturas y la presión alta de sus partidos, pero que también conversan sobre arte, filosofía, política y cultura popular. “Es mi hijo, mi hermano menor, mi amigo… Cuando uno interactúa tanto con otra persona, todo fluye con normalidad”, respondía Lillo en una entrevista con El Gráfico en la que desgranaba los inicios de una amistad que comenzó en el viejo Carlos Tartiere de Oviedo y se cimentó en Sinaloa antes de su reencuentro en Manchester.

‘El monstruito’
El primer contacto entre Lillo y el mainstream futbolístico se produjo en 1987. Roberto López Ufarte, guipuzcoano como él, había fichado por el Atlético de Madrid de César Luis Menotti y sentó a ambos en una habitación de hotel de la capital de España. La primera conversación duró siete horas. Cuando se produjo la segunda, ya sobre el césped del Vicente Calderón, el argentino y ‘El monstruito’, el apodo con el que Menotti le conocería desde entonces, ya eran amigos. Las crónicas de aquella cumbre, apócrifas, relatan que Lillo, arrogantes 22 años, le contó a Menotti que estaba trabajando en una antología de sistemas. Que las ideas de Michels, Bilardo, Cruyff y el propio Menotti podrían resultar en un método definitivo en el que la alegría, el toque y los recursos técnicos convivieran en armonía con la defensa posicional, la agresividad y la presión alta. Aquel sistema evolucionaría hacia su ya famoso 4-2-3-1, una suerte de esperanto táctico con el que Lillo asombró a Europa desde la humilde Unión Deportiva Salamanca. Cuenta Ángel Cappa que cuando El Flaco fue destituido del Atlético, acudió a recibirlo al aeropuerto de Ezeiza. “Lo primero que me dijo fue que había conocido a un tipo más loco que César y yo juntos. El tipo, claro, era Juanma Lillo”, relata el embajador oficioso del menottismo.

“Eso que ahora llaman estilo lo marca el reglamento. Si pones a todos atrás y a Dios adelante, el reglamento dice que tienes posibilidades de ganar, pero las probabilidades serán mínimas. El problema es que algunos entrenan en base a la posibilidad de ganar, no a la probabilidad. Hablo de cosas formales, no interpretativas”, decía Lillo sobre su propuesta a finales de los años 90. Aquel Salamanca ascendería desde Segunda División B a Primera en sólo dos temporadas mientras aplicaba, adaptadas a su contexto, las ideas más transgresoras del fútbol europeo. Era 1995 y Lillo, 29 años, el entrenador más joven de la historia de Primera División.

Vive rápido, muere deprisa, deja un bonito cadáver. El éxito de Salamanca, irrepetible en la entidad y un emblema del fútbol noventero en España, evolucionó hacia un fracaso crónico que alcanzaría su clímax sólo unas temporadas después, con Lillo convertido una suerte de parodia de sí mismo. Oviedo, Tenerife, Zaragoza, Ciudad de Murcia y Terrassa fueron testigos de la paulatina decadencia de sus otrora revolucionarias ideas. “Me tocó ganar mucho en el comienzo y nadie le lleva la contra al éxito. El ser humano está educado con una mentalidad lineal y conductista. Descartes nos dejó un legado y mira, así estamos: establecemos las causas cuando ya conocemos los efectos. Cuando ganaba, era por la juventud, pero cuando perdía era porque nunca jugué al fútbol y era muy jovencito”, decía Lillo en 2015, ya como asistente VIP de entrenadores trotamundos.

Elecciones al FC Barcelona, 2003
Sancionado por uso continuado de esteroides anabolizantes durante su etapa en Brescia, Guardiola reaparecería en 2003 como uno de los grandes ejes del catalanismo durante las elecciones a la presidencia del FC Barcelona de ese año. Lluis Bassat, ideólogo de la imagen de los Juegos Olímpicos de 1992 y propietario de una agencia de publicidad multinacional, se fijó en Pep para ocupar el cargo de hipotético director general deportivo de la entidad. Guardiola aceptó, aunque con condiciones. Iván Córdoba, Chivu, Emerson y Harry Kewell eran innegociables, al igual que la figura del nuevo entrenador, Juanma Lillo. Ciencia ficción. Bassat perdió frente al travieso y bullicioso Joan Laporta y Guardiola viajó a Qatar para firmar el que siempre pensó que sería su último gran contrato como futbolista.

Casi al mismo tiempo, Lillo tomaba las riendas de Dorados de Sinaloa. “Estábamos en nuestro segundo año en la máxima división y acabábamos de fichar a Juan Manuel Lillo como entrenador”, relataba en The Guardian Juan Antonio García, fundador y expresidente de Dorados. “Me dijo que existía una posibilidad real de que pudiéramos fichar a Pep, que acababa de llegar al final de su contrato en Qatar. Pep quería ser entrenador y la única razón para venir a México era estar cerca de Juan Manuel”. Para lograrlo, era necesario convencer a Guardiola de que abandonara su retiro dorado en el Golfo Pérsico para instalarse en una ciudad provinciana, violenta y apasionada por el béisbol. Pero Lillo tenía un plan. “Habla con él. Dile que aquí será feliz”, le pidió a Sebastián Abreu. Y el uruguayo cumplió. “Le dije que en la ciudad había playa, que el estadio era muy lindo y que el grupo era muy bueno. Pero en realidad estábamos lejos del mar, entrenábamos en un parque acuático y el vestuario eran unas palapitas con sillitas de plástico al aire libre. Tenías que salir con toallas porque había familias con chicos”, confesaba el Loco en la televisión argentina.

Convencido por su amigo Lillo y quién sabe si espoleado por Abreu, Guardiola aceptó la oferta, la más humilde de su carrera, y reservó una habitación en el Hotel Lucerna. El día de su llegada, las portadas anunciaban una balacera por kalashnikov en un centro comercial de la ciudad. El cártel de Sinaloa, la mayor organización criminal del mundo, mantenía un enfrentamiento con sus pares de Tijuana y Ciudad Juárez que en unos meses había dejado decenas de miles de muertos. El norte era una zona de guerra y México un país en estado de emergencia, pero a los dos españoles, encerrados en una burbuja de vídeos, discusiones tácticas y divagaciones teóricas, el derrumbe de la sociedad en la que habían decidido vivir no parecía inquietarles en exceso. “En Sinaloa no había mucha seguridad, pero vivíamos para trabajar y para ser amigos, lo demás no nos preocupaba. Recuerdo feliz aquellos días por las emociones que me traen, emociones que perduran hasta hoy y que durarán mientras tengamos vida”, rememoraba Lillo en ESPN. La máxima del narco que Eliseo Martínez, chofer de Guardiola durante aquellas semanas, repetía al reportero de Esquire: “Si no te metes en nada raro, aquí se vive bien”.  

La exótica aventura mexicana, intensa en términos de aprendizaje, llegaría a su fin medio año después. Deja caer Lillo que Televisa, en aquella época con importantes intereses económicos en varios clubes de la máxima categoría, hizo todo lo posible para que Dorados descendiera, como así ocurrió. Guardiola, menos sutil, repetía la palabra “corrupción” delante de cualquier micrófono. En realidad, no había demasiado que perder. Lillo sería despedido de manera inmediata y Guardiola continuaría su viaje espiritual en el interior de Argentina, donde durante días charlaría “de fútbol y de la vida, de qué otra cosa” con otro Loco: Marcelo Bielsa. El resto es historia.

Regreso a la élite y reencuentro
A Lillo el fracaso le condujo a un autoimpuesto ascetismo que desembocaría dos años después en un casi ascenso a Primera con la peor Real Sociedad de la historia. Luego vendrían Almería, América Latina, su lugar en el mundo, y Asia. No sabía entonces, hoy sí, que las bancas de Millonarios, Atlético Nacional, Vissel Kobe y Qingdao Huanghdai, además de una interesante etapa como asistente de Jorge Sampaoli, no eran más que el preámbulo de una gran aria: El Reencuentro.

Junio de 2020, Etihad Stadium, Manchester. “Estamos encantados de dar la bienvenida a Juanma al Manchester City. Su amplia experiencia trabajando en tres continentes y con algunos de los nombres más famosos del fútbol mundial será un activo inestimable para Pep y su equipo. Esperamos que desempeñe un papel vital en nuestro regreso al fútbol”. Las palabras de Txiki Beguiristain, director de Fútbol del club-estado, anunciaban al fin lo que Lillo y Pep esperaban desde aquella peripecia iniciática a orillas del Pacífico. En una de sus últimas conferencias de prensa, Guardiola fue preguntado por los secretos del City: “No podríamos ser líderes de la Premier League sin la influencia de Juanma Lillo. Ve cosas que no soy capaz de ver; tiene una sensibilidad especial para ver el juego. Y sobre todo me hace ver la situación real del equipo en los malos momentos”. Las figuras de maestro y discípulo nunca fueron tan difusas.

 

 
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