Lucarelli, Livorno y Bandiera Rossa
Renunció a un contrato millonario para defender los colores del equipo de su vida en la Serie A. Antes, había mostrado una camiseta del Che Guevara tras marcar un gol con la selección sub 21. Comunista irredento, el último número que utilizó en un campo de fútbol fue el 99, un homenaje al año en el que se fundaron las Brigate Autonome Livornesi, el grupo ultra del Armando Picchi
Daniel González
Nacido en 1975 en Sciangai, el barrio más obrero de Livorno, la ciudad más roja de Italia, e hijo de una ama de casa y de un militante del PCI de Berlinguer y Gramsci, Cristiano Lucarelli cumplió el sueño de su vida con 29 años. “Que se queden con sus mil millones”, le dijo a su agente. “Me voy a Livorno”. Era 2003 y el futbolista, votante de Refundazione Comunista, una escisión del PCI, rechazaba una oferta millonaria en el norte del país para instalarse en la Serie B. “Cuando era niño mi padre era camionero en el puerto. El día que jugaba el Livorno era para nosotros una liberación”, declaraba recientemente.
Castigado durante una década por la Federación Italiana por celebrar un gol con la selección sub 21 mostrando una camiseta del Che Guevara (veto que levantaría Marcello Lippi, quien nunca escondió su ideología izquierdista) y tras un periplo que le llevó a Perugia, Cosenza, Padova, Bérgamo, Valencia, Lecce y Turín, Lucarelli fue recibido con honores de jefe de Estado en el Armando Picchi de la ‘Bandiera Rossa’, el ‘Bela Ciao’ y el “Berlusconi pezzo di merda”. Eligió el dorsal 99 en homenaje al año de fundación de las Brigate Autonome Livornesi, el grupo ultra de equipo, y en sólo una temporada ascendió al club a la Serie A, iniciando una nueva etapa de oro en la entidad. Los éxitos, individuales y colectivos, continuarían en 2005 con el título de máximo goleador de la Serie A, que logró por delante de Shevchenko y Adriano, y con la primera clasificación europea en la historia del club.
El idilio, culpa de una dilatada trayectoria, no tardó en desvanecerse. El exigente fútbol italiano le obligaría a emigrar de nuevo, esta vez a Donetsk, Ucrania, donde firmaría un contrato de 4,5 millones de euros que sería clave en su futuro a corto plazo. De regreso en Italia, tras marcar en la Liga de Campeones un recordado gol al Milan de su odiado Berlusconi, aún tuvo tiempo de jugar para Parma y Napoli, además de para salvar el puerto de Livorno, otrora uno de los centros económicos más importantes del Mediterráneo. Lo cuenta Quique Peinado en su libro ‘Futbolistas de izquierdas’: “Su actividad en los negocios nace de una historia de amor por la ciudad. La cooperativa del puerto atravesó un terrible momento de crisis y 350 familias estaban a punto de irse al paro. […] Lucarelli intervino, renegoció, obtuvo el permiso y consiguió no sólo la ampliación del puerto, sino unificar a todos los trabajadores bajo el manto de la cooperativa Unicoop”, relata el periodista.
Su sueño, sin embargo, estaba en las imprentas. Obsesionado con la corriente única implantada por la Fininvest de Silvio Berlusconi y por el poderoso grupo L’Espresso, propietario de La Reppublica, el propio semanario L’Espresso e Il Tirreno, el periódico más leído de la ciudad, Lucarelli invirtió en periodismo en papel en la peor crisis de la historia del periodismo en papel. En ese contexto nació Il Corriere di Livorno, un periódico militante e izquierdista. “Un ideal romántico”, como lo definieron sus colaboradores más cercanos, que desaparecería tres años después acosado por las deudas y la escasez de ventas mientras se abrían las primeras dudas sobra las capacidades empresariales del deportista.
“Cuando Lucarelli decidió cerrar el periódico en el que yo trabajaba, no perdió el tiempo en venir a la redacción para comunicarlo. En su lugar, envió a una suerte de contable que no era más que un recadero […]. Lucarelli, como Houdini, desapareció junto con las nóminas atrasadas, algunas de 6 o 7 meses”, relataba en primera persona el periodista Diego Pretini, exmiembro de aquella redacción, en Il Fatto Quotidiano. “Nunca le importaron los atrasos que ahora exige para los jugadores del Messina”, continuaba Prietti, relacionando aquel fracaso empresarial con la situación de impagos que vivía la primera plantilla del equipo siciliano, dirigido entonces por Lucarelli.
“Es difícil no ser de izquierdas en un lugar como Livorno”, se defendía el futbolista, incapaz e frenar la pérdida de confianza en la militancia directa. “La izquierda italiana de hoy es una pseudoizquierda. No he votado en los últimos ocho años”, declaraba hace un mes. “Los ideales de la Constitución ya no tienen cabida en el Parlamento. ¿Quién nos representa realmente?”, se preguntaba en una entrevista en la que repasaba algunos de los momentos más polémicos de su carrera, como su inolvidable celebración/homenaje con el Che como protagonista. “Siempre luché por el pan, nunca por el filete. Anoté 240 goles. Marqué en todos los clubes en los que estuve y ante cualquier equipo, pero todo se infravaloró por unos ideales políticos que, por supuesto, me llevaré a la tumba. No es justo. Cuando mostré al Che, tenía 20 años. Ahora tengo 45”, sentenciaba.
Decía Antonio Gramsci que Palmiro Togliatti, secretario del PCI entre 1927 y 1964, no era comunista, sino un simple genovés. Es probable que a Lucarelli le sucediera lo mismo con Livorno.