Özil: Islam, militancia y destierro
Cuando Mesut Özil publicó en su cuenta de Twitter que el gobierno chino torturaba y encarcelaba ilegalmente a ciudadanos de la etnia uigur por su simple condición de musulmanes, jugaba en el Arsenal, tenía decenas de millones de seguidores en Weibo, era la imagen para Asia de varios videojuegos y disfrutaba de uno de los salarios más altos de la Premier League. Un año después, acosado por una asfixiante presión social, económica y política, Özil dejaría Londres para mudarse a su idealizada Estambul
Daniel González
Erfan Hezim, futbolista chino de etnia uigur, desapareció de la faz de la tierra en febrero de 2018. Miembro del Jiangsu Suning Football Club de la Súper Liga China, reparecería un año después tras haber sido internado, según diversas fuentes, en uno de los cientos de “campos de reeducación” instalados por el gobierno chino en Sinkiang, provincia de mayoría musulmana y con una amplia tradición separatista. La noticia, escondida en Europa en el sótano de las secciones de internacional, apenas tendría trascendencia. No para Mesut Özil. Un simple tuit bastaría para que el fútbol mundial diera la espalda al centrocampista alemán. Cuando publicó en su cuenta que el gobierno chino torturaba y encarcelaba a ciudadanos de la etnia uigur por su simple condición de musulmanes, Özil jugaba en el Arsenal, tenía 6 millones de seguidores en Weibo, era la imagen para Asia de varios videojuegos y disfrutaba de decenas de contratos publicitarios en Europa y Asia mientras recibía uno de los mejores salarios de la Premier League. “En China se quema el Corán, se destruyen mezquitas y los intelectuales religiosos son asesinados. Nuestros hermanos son enviados por la fuerza a campos de prisioneros y los musulmanes siguen en silencio”, escribió el centrocampista el 13 de diciembre de 2019. Un año después, asfixiado por una enorme presión social, económica y deportiva, Özil fichaba por el Fenerbahçe.
La historia de Özil, nacido en Gelsenkirchen en 1988, es también la de la emigración turca que en los años 60 llegó a Alemania para colmar las necesidades laborales que el país, en pleno crecimiento, experimentó tras la Segunda Guerra Mundial. Recibidos con los brazos abiertos por la clase política y empresarial, cientos de miles de turcos se instalarían en la ribera del Ruhr. Allí, entre fábricas, humo negro y chimeneas se convertirían en los ‘gastarbeiter’, como eran conocidos entre una ciudadanía que siempre sintió su presencia como temporal. El idilio no tardaría en romperse. Cuando a comienzos de los 80 Alemania holló la cima de su milagro económico, el 5% de la población del país era de origen turco, lo que condujo a las autoridades a promulgar leyes específicas para facilitar el retorno de la manera más ordenada. Ante la oferta, muchos decidieron regresar a Turquía. Otros, como los Özil, optarían por construir una vida lejos de sus orígenes.
Educado como musulmán en un país laico construido sobre siglos de tradición judeocristiana, la carrera de Mesut Özil hacia la integración social comenzaría a golpe de pasaporte, se avivaría en 2009 con la victoria en la Eurocopa sub 21 y alcanzaría su clímax en Maracaná. Cuando en 2019, ya como campeón del Mundo, eligió a Recep Tayyip Erdogan como padrino de la boda que celebró en Estambul, ningún alemán consideraba ya al futbolista como un compatriota. “Me tratan como si fuera diferente. En 2010 recibí el Premio Bambi como ejemplo de integración exitosa en Alemania y su sociedad. Recibí el Silver Laurel Leaf en 2014 de la República Federal de Alemania y fui embajador de fútbol de Alemania en 2015, pero todavía no soy considerado alemán. ¿Cuáles son los criterios para ser un alemán? Mis amigos Lukas Podolski y Miroslav Klose nunca han sido calificados como alemanes de origen polaco. ¿Por qué yo soy un turco alemán entonces? Este término divide. Nací y crecí en Alemania. ¿Por qué la gente no me acepta como alemán?”, reflexionaba el futbolista tras el Mundial de Rusia. “Cuando ganamos, soy alemán. Cuando perdemos no sólo soy turco, también musulmán”, sentenciaría.
No le faltaba razón. El camino emprendido desde aquella Gelsenkirchen de los 90 hasta Londres había sido duro, trufado de dudas sobre su compromiso que fue solucionando con la solvencia del superviviente. Tras el Schalke 04 llegarían Bremen, su temporada histórica con el Werder, la selección, la Copa del Mundo de Brasil y el Real Madrid de Mourinho. Por el camino, títulos, desfiles de moda, hip-hop, publicidad, toreo al natural, contratos millonarios y un compromiso político y religioso a prueba de bombas. Cuando firmó por el Arsenal a cambio de 50 millones de euros (en ese momento el precio más alto jamás pagado por un futbolista alemán), la afición ‘gunner’ identificó en Özil algunos de los detalles que habían convertido a Dennis Bergkamp en leyenda. Siete años y medio después, el alemán dejaría el club tras 252 partidos, 44 goles, 71 asistencias y cuatro FA Cups. Lo hizo por la puerta de atrás, sin el apoyo de la propiedad y abandonado por la propia Premier League.
Un pueblo sin estado
A comienzos de diciembre de 2019, la BBC publicó en exclusiva un documento que confirmaba la terrible represión a la que China estaba sometiendo a la etnia uigur. De mayoría musulmana, pecado mortal en el comité central del Partido Comunista, la comunidad habita desde hace milenios la provincia de Siankiang, una región autónoma de China con una estructura política similar a la del Tíbet, con quien comparte frontera. Parte de su territorio, hoy rodeado por Mongolia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Rusia, alcanzaría la independencia de China en 1933 bajo el nombre de la Primera República del Turquestán Oriental. La aventura emancipadora, inspirada en la Turquía moderna de Mustafak Kemal Atatürk, fracasaría en 1934 para quedar sepultada tras la llegada al poder del Partido Comunista en 1949.
“Este documento presenta la evidencia más fuerte que he visto hasta la fecha de que Pekín está persiguiendo activamente las creencias religiosas tradicionales y castigando sus prácticas normales”, declaraba Adrian Zenz, miembro de la Victims of Communism Memorial Foundation, a la televisión pública británica. El informe de la BBC confirmaba lo que Amnistía Internacional, Periodistas sin Fronteras Human Rights Watch y Naciones Unidas venían advirtiendo desde hacía al menos 20 años: que Pekín había construido “campos de reeducación y detención” en Sinkiang en los que se llevaban a cabo “políticas de esterilización para el control de la natalidad” y “violaciones sistemáticas”. China, que nunca desmintió la veracidad del reportaje, se defendió con la filtración de dosieres que demostraban la “estrecha” relación que mantenían los más altos representantes políticos de la etnia uigur con el Estado Islámico y algunos de los gobiernos musulmanes más autoritarios. Al otro lado del espectro, Hollywood, la industria editorial, las democracias consolidadas y las televisiones generalistas europeas, otrora fieles militantes, miraban hacia otro lado mientras protegían sus suculentos intereses económicos.
El big-bang
“Le dijimos que lo pensara, que se fijara en lo que había ocurrido sólo unas semanas con los Houston Rockets de la NBA, pero prefirió ser coherente”, declaraba al New York Times una fuente cercana al futbolista. Se referían sus amigos al tuit publicado en octubre de 2019 por Daryl Morey, General Manager de la franquicia texana. “Lucha por la libertad. Apoya a Hong Kong”, escribió Morey, sobre cuya cabeza caería todo el poder mediático y político de la primera economía del mundo. Sólo unos días después, la Chinese Basketball Association, presidida por Yao-Ming, anunciaría la ruptura de relaciones comerciales e institucionales con los Rockets, además de la suspensión de la transmisión en vivo de sus partidos en la televisión pública del país.
Dice el New York Times que cuando aquella tarde de diciembre de 2019 Özil presionó el botón de enviar en su cuenta de Twitter, el futbolista era un absoluto convencido de la influencia que sus opiniones podrían tener en los países de mayoría musulmana. Sin ir más lejos, en 2009 su adorado Erdogan había definido el contexto político de Sinkiang como el de un “un genocidio”. No volvería a repetirlo, al menos en público. La elección de Estambul por parte de China como enclave estratégico en la nueva Ruta de la Seda era un premio demasiado goloso como para seguir jugando al Risk. Özil, en cambio, fue “inflexible”. “Había pasado los últimos meses leyendo periódicos internacionales, siguiendo las redes sociales y viendo documentales sobre el tema. Creía que era su deber”, escribía el periódico estadounidense. Tras el tuit, CCTV y PP Sports, los principales socios de la Premier League en Asia, con audiencias de cientos de millones cada fin de semana, decidieron bloquear la señal en vivo de los partidos del Arsenal, y cuando el segundo accedió a los ruegos de la Premier League, sus comentaristas se las arreglaron para no mencionar el nombre del futbolista. Casi al mismo tiempo, Konami eliminaba su avatar del Pro Evolution Soccer, su nombre desaparecía de los principales buscadores de internet y Weibo suspendía temporalmente su cuenta. Su club de fans en el país, con más de 50,000 socios, también se esfumó. La cancelación de Özil era un hecho.
En Londres, el Arsenal trataba de calmar la tormenta mediática, viral a esas alturas, a golpe de relaciones públicas. El objetivo era desmarcarse de las declaraciones del alemán para asegurar los jugosos contratos de imagen, publicidad y derechos televisivos que la Premier League había firmado con sus patrocinadores chinos, una solución que no tardaría en enredar aún más la situación. Al fin y al cabo, Özil había sido testigo de cómo sólo unos meses antes el Arsenal había defendido con firmeza la propuesta de Héctor Bellerín de visibilizar el movimiento Black Lives Matter en los partidos del club en el Emirates y de cómo había apoyado a Pierre-Emerick Aubameyang en su cruzada contra la violencia policial en África.
Su sentimiento de soledad terminaría por agravarse cuando el Arsenal eliminó su imagen de la colección de ropa lanzada con motivo de la celebración del Año Nuevo chino, decisión que iría acompañada de un recorte de sueldo. En plena pandemia, sin público en los estadios, con las audiencias televisivas en caída libre y unas pérdidas acumuladas de cientos de millones de euros, el Arsenal se reunió con su plantilla para pedir a sus jugadores una rebaja salarial. La mayor parte accedió; el centrocampista, ya en guerra abierta con la propiedad, exigiría información sobre el destino de los ahorros y sobre si la directiva participaría en el proceso. La respuesta fue silencio, vacío y grada.
El pasado 27 de enero, Mesut Özil fue presentado como nuevo jugador del Fenerbahçe tras unas negociaciones en las que Erdogan influiría de manera decisiva. Sobre su espalda el número 67, un homenaje a la región de Zondulak, desde la que partieron sus abuelos en busca del sueño europeo.