Kissinger, USA ‘94 y un serbio en Bagdad

 
Henry Kissinger.

Henry Kissinger.

Impulsó las armas nucleares, llevó a Nixon a la Casa Blanca, derrocó gobiernos en Latinoamérica, negoció con China y la Unión Soviética y organizó un Mundial. La historia de Kissinger es la del político más influyente de la segunda mitad del siglo XX, pero también la de la figura que llevó el fútbol al mercado más importante del mundo

Daniel González

Hombre fuerte de Richard Nixon y Gerald Ford, inventor de la diplomacia del ping-pong, fundador del Club Bilderberg e impulsor de la Escuela de las Américas. No hubo nadie en la segunda mitad del siglo XX más influyente que Henry Kissinger. Figura clave en los procesos revolucionarios de Vietnam y Cuba e ideólogo de la Operación Cóndor, Kissinger abandonó la Casa Blanca en 1977 para convertirse en el comisionado de la North American Soccer League (NASL), primer paso hacia su obra cumbre: el Campeonato del Mundo de 1994.

Nacido en Baviera en 1923, sólo unos meses antes del Putsch de Múnich, la primera relación de Kissinger con el fútbol llegaría a finales de los años 20, cuando era un ferviente seguidor del Greuther Furth. “Para un niño judío era complicado acudir a lugares muy concurridos porque siempre nos pegaban. Pero iba de todos modos, no había razón para no hacerlo. Todo cambió cuando llegaron los nazis. A partir de 1933, ir al estadio era una odisea”, declaraba a Reuters en 2009.

Acosados por el antisemitismo, los guetos y los pogromos, los Kissinger abandonaron Alemania en 1938 para instalarse en Nueva York, desde donde el joven Henry iniciaría una carrera que en apenas tres décadas le llevaría a Harvard, el frente alemán, la Fundación Rockefeller, las primarias republicanas y a la Casa Blanca, punto de llegada y de partida de una carrera política basada en la supervivencia. Allí, junto a un acomplejado cuáquero al que había conducido a la presidencia, resistiría al poder mediático, a Vietnam e incluso al Watergate. Sólo unas elecciones lograron expulsar su figura del despacho oval.

Fue en 1977, ya lejos de Washington y sin empleo, cuando Kissinger recibió la llamada de la NASL, que se acordó de aquel influyente político que dos años antes había intercedido ante el régimen militar de Brasil para que Pelé fichara por el Cosmos. Con Kissinger como comisionado llegarían el champagne, las fiestas en Studio 54, el tráfico de influencias y los contratos televisivos, pero también Franz Beckenbauer, George Best, Eusébio y Gerd Mûller. La liga crecía, la audiencia se internacionalizaba gracias a las estrellas y el soccer, con nuevas reglas adaptadas al carácter estadounidense, se iba ganando un hueco en el prime-time de las cadenas generalistas. En apenas un lustro, Kissinger había transformado una competición en decadencia en la liga más sexy del país.

El fracaso colombiano
“En Colombia tenemos cosas mucho más importantes en las que pensar. No tengo tiempo de aguantar las extravagancias de FIFA y sus socios”. Con estas palabras, Belisario Betancur, presidente de Colombia, anunciaba al mundo que su país renunciaba a acoger la fase final del Mundial de 1986, que acabaría celebrándose en México. Estados Unidos, que había lanzado una apresurada e ingenua candidatura, perdió su primera apuesta de manera estrepitosa, pero la idea de Kissinger, que presentó su proyecto ante la Cámara de Representantes acompañado por Pelé y Franz Beckenbauer, ya estaba instalada en el subconsciente del deporte estadounidense.

Tras el sonado fracaso de 1983, que incluso puso en peligro la viabilidad económica de la United States Soccer Federation (USSF), el recién nombrado Premio Nobel de la Paz regresaría a su actividad como consultor político de algunos de los regímenes más oscuros de Latinoamérica. Mientras tanto, el fútbol estadounidense iniciaba una lenta evolución hacia la europeización. La revolucionaria y rebelde NASL, su césped artificial, sus estadios cubiertos y sus extravagantes reglas dieron paso a la más conservadora American Soccer League (ASL), ya totalmente adaptada a los estándares mínimos exigidos por FIFA; un contexto de crecimiento y consolidación en el que Werner Fricker, exfutbolista de origen yugoslavo y presidente de la USSF, fue elegido como director de la nueva candidatura.

En sólo unos meses, Fricker, que contaba con Kissinger como consultor VIP, revolucionó el proyecto hasta transmutarlo en una suerte de campaña electoral. Fundó World Cup ’94 Inc., fichó a los mejores publicistas de Nueva York y Los Ángeles, contrató a economistas, periodistas e ingenieros y se alejó de las celebrities. El reto era ya una cuestión de estado. “Aprendimos de 1983. En aquel momento no teníamos una federación estable y eso nos impidió ganarnos el respeto de FIFA. Parecíamos unos rebeldes. Pero en los últimos tres años hemos estabilizado la Federación y hemos dejado de causar problemas a FIFA. Ahora tenemos su respeto”, declaraba Fricker, amigo personal de Henry Kissinger, al Washington Post. Era 1987.

Henry Kissinger regresaría a la escena futbolística ese mismo verano con un golpe de efecto marca de la casa que inmediatamente llevaría a Estados Unidos a ocupar la posición de favorita en la carrera hacia el Mundial. A petición de Fricker y a través de los cientos de contactos acumulados durante décadas de intrigas palaciegas, diplomacia, espionaje y propaganda, Kissinger logró sentar en el despacho oval de la Casa Blanca a Ronald Reagan y Joao Havelange, el temido y todopoderoso brasileño al frente de FIFA. Un año después, Estados Unidos era designado como organizador del Campeonato del Mundo de 1994.

Italia 90
Convertido en el principal consultor de la candidatura, Kissinger, en ese momento una de las personas más poderosas de la Tierra, acudió al Mundial de Italia con honores de Jefe de Estado. “Mis experiencias de joven en Alemania no fueron tan buenas. Uno pensaría que soy un fanático de la selección alemana, pero no es así. Los sigo, les deseo lo mejor, pero no de la misma manera que a los Yankees”, declaraba a Associated Press durante los días previos a la inauguración del torneo. Sin embargo, allí estaba. En Milán, en el lobby del hotel de concentración de la selección germana, ofreciendo a Beckenbauer poderes absolutos en la USSF una vez concluido el Mundial. “Franz tuvo una reunión con Henry Kissinger para fichar por Estados Unidos, pero como él no podía, me recomendó a mí. Es un gran honor que una persona como él tenga esa opinión sobre mi trabajo”, recordaba en El País Bora Milutinovic, que acudió a Italia como seleccionador de Costa Rica. Una vez aceptada la oferta, el entrenador serbio (entonces yugoslavo) se enfrentaría a un único objetivo: que la selección anfitriona no hiciera el ridículo en 1994. Y así fue. Estados Unidos reunió a la mejor generación de futbolistas de su historia y concluyó su participación como una de las sorpresas del torneo. Kissinger, una vez más, había acertado.

Tras aquel Campeonato del Mundo, Milutinovic entrenaría a México, Nigeria, China, Honduras, Qatar y Jamaica antes de que en 2009 su teléfono volviera a sonar de la misma manera que lo había hecho en Bari 19 años antes. Al otro lado, Henry Kissinger, quien buscaba a un entrenador que llevara a Irak, vigente campeona de Asia, a la Copa Confederaciones de Sudáfrica. Ese verano, dos selecciones representaron a la Casa Blanca en Ciudad del Cabo: una dirigida por Bob Bradley y otra por Bora Milutinovic.

 
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